viernes, 25 de septiembre de 2009

En tren

Cojo el AVE por primera vez. Voy rodeado de tipos que, nada más subirse, abren el portátil como si fuera el Libro de Job. Intento ver si se están bajando alguna peli porno, pero en la mayoría de las pantallas sólo salen diagramas y gráficos indescifrables. Alguno se queda dormido con los dedos sobe las teclas, sin quitarse las gafas. Me levanto y en la plataforma un ejecutivo muy joven le cuenta a su jefe, con acento gallego, algo sobre la estrategia que deben seguir para fulminar a un competidor agresivo. Habla de muslos de pollo congelados. Como nota que le miro, distorsiona la voz, como si sospechase, a pesar de mis vaqueros y mi camisa arrugada, que me dedico al espionaje industrial. Azafatas de cuello aéreo y coletas impecables pasan a mi lado dejando un aroma de maderas delicadas. Creo que sufro una erección. Sentado de nuevo, emboscado en sueños fetichistas, me dedico a mirar el paisaje de La Mancha. Evoco los viajes en tren de mi juventud. Los expresos nocturnos, los personajes imposibles, los bocadillos de lomo con pimientos. Me importa una higa el progreso, todo lo que me rodea, empezando por mí, me parece infinitamente más estúpido. Sólo una cosa no ha cambiado: sigo llevando un libro conmigo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

M

Estamos seleccionando a chicos para un curso donde aprenderán carpintería y les ayudarán a sacar el graduado. Pasan sin quitarse la gorra, con la mirada baja y las manos en los bolsillos. No suelen dar los buenos días. Cuando les preguntas a qué les gustaría dedicarse si pudiesen elegir, se quedan mudos. Hace años alguno respondía que futbolista o conductor de fórmula uno. Entra M, que saluda con voz tímida y me enseña un documento de solicitud de asilo. No sabría calcular su edad, parece un niño envejecido. Le pregunto por sus estudios, si trae algún papel. Me dice que no. Insisto sobre si los ha pedido en la embajada. Vuelve a decirme que no. Valdría cualquier cosa, le digo, algo donde ponga los años que cursaste. Mueve negativamente la cabeza. Está calvo, la piel de su cráneo parece una membrana de cuero marrón. ¿No fuiste a la escuela? Entonces mueve los ojos y dice que él trabajaba en el campo. Se produce un silencio embarazoso. Tomo sus datos y se despide con un hilo de voz. Le deseo suerte. Al entrar, por cierto, se había despojado de la visera.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Escobas

El proyéctil se construía fácilmente. Bastaba con una goma elástica y un papel que doblabas meticulosamente hasta convertirlo en una ele dura y compacta. Luego, después de afianzar la goma entre el índice y el pulgar, lo encajabas en el centro y lo lanzabas como una flecha sobre tu objetivo: solían ser coches que pasaban por la calle y al chocar con la carrocería producían un chasquido de mil demonios. Los conductores se detenían en seco y algunos se bajaban para llamarnos de todo. A cierta edad abandonamos esos juegos, pero una tarde sorprendí a un clan de golfillos arrojando los “tacos” en el interior de una casa de planta baja. Estuve por unirme a ellos, pero de repente, armada con una escoba y una furia maligna, vi salir a una vieja con una escoba, insultando y amenazando al grupo de gamberros. Me quedé allí petrificado, mientras los asaltantes desaparecían y la vieja, que tenía por pelo una crin polvorienta y enmarañada, empezó a correr hacia mí. Yo ya era un muchacho talludito, estaba allí de testigo accidental, pero alertado por sus gritos corrí de tal modo que tocaba el culo con los pies. La escoba me rozó los talones y me recorrió un relámpago de terror. Por el rabillo del ojo, entre las risas de dos obreros que atravesaban la plaza, juro que me pareció ver a aquella arpía volando sobre su escoba.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Más cine

Ahora no es difícil encontrarte solo en una sala de cine, pero por aquel entonces había colas inmensas, y no me refiero a la época en que me dejaba un bigote patético para que me permitiesen ver pelis porno, sino a esa otra de los cineclubs llenos de humo y las sesiones continuas con proyecciones que se prolongaban hasta el amanecer. Entonces sí tenía mérito estar rodeado de filas vacías, aunque para conseguirlo tuvieras que ir a ver films de corte muy experimental, o ser capaz de tragarte bodrios de búlgaros con nombre indescifrable. Una tarde en Bilbao vi Saló de Passolini acompañado por otro espectador, y a mitad de la película el tipo se levantó con el puño en alto y, después de lanzar gritos contra el fascismo y sus secuaces, abandonó la sala con el rostro transfigurado. No he vuelto a ver una obra tan dura como aquélla, pero tampoco tengo la sensibilidad de ese tiempo, como cuando entré borracho a ver La jauría humana y salí pensando que el rostro ensangrentado de aquel Brando que se enfrentaba a la turba de monstruos con smoking de su propia comunidad, representaba como nada en el mundo mi propio estado de ánimo. Viejas películas y viejos tiempos que, lo sentimos mucho Miguelito, no van a volver.

martes, 1 de septiembre de 2009

Regreso

La mejor forma de regresar sería despedirse: suena a tomadura de pelo budista o a retruécano sin sentido. Pero, dado que el tópico-traumático de la vuelta al curro es cierto, eso fue lo que hice: entré en un cine y vi "Despedidas", de Yojiro Takita (no sé quién es). Habrá quien afirme que es una película sin pretensiones, pero yo me sonreí con ganas y lloré como una magdalena en algunas escenas que, por su transparencia y sencillez, me parecieron sublimes. Salí cuando las farolas iluminaban las calles, que es cuando se debe salir de un cine. La película habla de la muerte, incluso de quienes no se la merecen. Había otras cuatro personas dentro y no oí el crujido de ninguna palomita.