Veo a padres comprando cromos en los kioscos y me pregunto qué habrá sido de aquella época en la que, sin un céntimo en el bolsillo, te las apañabas para ganarlos en la calle, en duelos de precisión que se celebraban en caños de tierra blanda (que a su modo, parecían pequeñas trincheras llenas de túneles), con canicas que a su vez conquistabas en partidas que finalizaban, a pesar de los gritos de las madres, al filo del anochecer. Yo fui durante un tiempo un jugador temible, y aunque mi especialidad era un caño de cemento donde nadie se podía escapar a mis tiros implacables, no hacía ascos a ninguna superficie, por lo que cuando los mayores organizaban un torneo para desplumar de cromos a los chicos más pijos, mi nombre siempre figuraba en la lista de seleccionados. Alguna de mis canicas llegó a hacerse célebre y mis disparos a tumba abierta ponían los pelos de punta a más de un rival, algo que me hacía sentir de maravilla, en un mundo donde si no eras hábil con la pelota o con los puños tus posibilidades de ser aceptado pasaban por algún talento como aquel: mientras los hampones del barrio vieran aumentar (en un remedo de las amistades peligrosas que años después retrataría Scorsese) su fajo de cromos, tenías garantizado cierto grado de supervivencia, o que tu cabeza no acabara introducida por la fuerza en un barril de arenques (concretamente, en el área de salazones de la tienda de ultramarinos de Venancio).
Dejé de jugar a las canicas a esa edad en la que buscas otros desafíos, o simplemente te empieza a embriagar el perfume de la carne femenina – que hasta entonces ignorabas -, sí bien me gustaba ver cómo se desenvolvían mis sucesores, intentando captar en su estilo de golpear reminiscencias del mío. Un día vi a un chaval jugando solo, tres o cuatro años menor que yo, le dije que yo había sido muy bueno en los hoyos aunque él no había oído hablar de mí, no sé cómo empezamos a jugar y al poco me retó, creo recordar que sonreí con suficiencia, pensé que le podría dar alguna lección magistral, hasta nos debimos apostar un duro. A la media hora la vejación no conocía límites, y no solo porque aquel mocoso de mierda me estuviese dando un repaso de cuidado, sino porque se mofaba ostensiblemente de mí, de mi estilo caduco, de mi pasado glorioso, de la torpeza de mis dedos grandes que no conseguían domeñar la canica. Hasta que llegó un punto en que reclamó su duro y yo, con fuego en los ojos, me levanté sin prisas, lo cogí por las solapas y, tras zarandearlo vivamente, le dije que “le iba a pagar su puta madre”, expresado lo cual mi adversario salió pitando, mientras yo sonreía como una hiena y él, a lo lejos, me maldecía entre sollozos y amenazas. Me fui del sitio evitando las miradas, por calles que no solía frecuentar, evitando girar mi cuello por si un testigo me reconocía. Era de noche y mi padre roncaba, entré en mi cuarto con aires de merodeador… Como esos leones costrosos y moribundos que, después de ser vapuleados por una bestia más joven, se internan con lentitud en la jungla sabiendo que nunca más volverán a su manada.
Precioso artículo, Miguel: mientras lo leía, estaba viendo como si fuera ahora mismo el descampado donde jugaba a las canicas, y a los cromos, y a las chapas, y...
ResponderEliminar¡Cómo me gustaba el juego del "guá"! Y era también muy bueno, con ese punto de chulería que un día nefasto te quitan para siempre de un tortazo (a veces, metafórico, a veces, real).
Un placer venir por aquí.
Abrazo
Elías
Joé... pobre del adversario que ose ganarte en algún reto! ;)
ResponderEliminarBuen relato de una realidad que yo, en mi lejana niñez, también viví u observé.
Una delicia leerte aquí y en tu Contracorriente del Diario de León.es, por cierto: ¿eres leonés? Lo pregunto porque mi familia materna es de allí.
Un abrazo, Miguel.
muy bueno.... me encanta tio.
ResponderEliminarCaray, me siento abrumado...muchas gracias. Y, bueno, nací en Bilbao, pero llevo un cuarto de mi vida en León...y como dice el refrán el buey acaba siendo de donde pace. Saludos. Un abrazo y gracias por pasarse por aquí.
ResponderEliminarHola, perdona, llegué por accidente, estaba hablando con mi amiga cuando un mosquito de verano se ha detenido en la pantalla del móvil, echaré un vistazo al blog, [el mosquito ha muerto, lo he chafado]
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ResponderEliminarMiguel, lo nuestro -leerte- es voluntario y placentero. Lo tuyo es... el motivo de nuestro placer, así que las gracias a tí.
ResponderEliminarFeliz fin de semana!
Un beso.
(Uff... ¡lo que me ha costado dejarte estas letras! Esto va fatal estos dias, me daba error)