domingo, 13 de mayo de 2012

Despedida


Hacía tiempo que no me montaba en un bus urbano y ahora me doy cuenta de que debo hacerlo con más frecuencia. En esos días de calor sofocante y prematuro, cuando la gente prefiere echar la siesta o refrescarse en una terraza. Sentado junto a una ventana baja, casi al ras de los ojos de los peatones, los observo con una impunidad accidental, en un vértigo suave e invisible, deteniéndome en todo lo que veo, las madres jóvenes empujando los carritos, chicas riéndose dentro de un bar, hombres maduros en los que fijo una mirada penetrante, que retiro sólo un segundo después de que reparen en ella.

El bus hace un largo recorrido en el que apenas suben viajeros y, camino del hospital, en esta tarde abrasadora y perezosa, me digo que este es un buen día para cerrar el blog. Ni siquiera sé el tiempo que llevo aquí, pero creo que se parece un poco a este itinerario insólito, con un autocar que me lleva por una periferia de casas bajas y fantasmales. A lo lejos el cielo se va pintando de nubes que son como islas en un mar de lava y al bajarme siento, por primera vez, un aire tibio y perfumado. Sí, debo coger más transportes públicos y dejarme llevar, me digo.

Antes de entrar en el hospital, decido visitar la cafetería y esperar a que oscurezca. En la mano llevo un libro que habla de tormentas imponentes y balleneros franceses. No sé muy bien qué hora es. Dentro hay dos clientes cenando frugalmente y una tele encendida pero sin sonido. Me acerco a la barra. El silencio sólo lo rompe el vapor ocasional de la cafetera.

(Gracias a todos los que se han pasado por aquí).

domingo, 22 de abril de 2012

Domingo

Los domingos
 con un olor a ceniza en el aire,
los sofás viejos
y los hombres que fuman
camino de la barra,
donde los pájaros,
que son las manos
de las niñas que sirven café,
abren botellas cilíndricas,
de cristal como ojos de buey,
y en las mesas,
donde los codos
son espolones amputados de grasa,
que terminan                por arrastrase
                                                      por los váteres
                                                                          y los círculos,
se estanca la tristeza pesada de los hombres que fuman
y respiran cansados
como bueyes             sin ojos,
como torpes
          bueyes ciegos
que un dios colérico
dejó en la tierra a                un Noé con fuego en la boca
para que los abandonase en una playa
sin espuma,
un cieno           compacto
                                   y lento
al que no se aferran
las olas,
porque en las playas
                            de los domingos
                                                 no hay olas,
tampoco conchas,
solo hombres maduros
                      de bolsillos grandes,
que pasean su soledad
                                por plazas derrocadas
                                                               y váteres de loza marchita.

sábado, 14 de abril de 2012

Alzheimer

Jamás aceptaré la vileza:
la agonía de mi voluntad,
la decrepitud,
este cerebro sucio y postizo.
Al paredón
con el olvido
y la muerte.
Tatuaré tu nombre hasta sellar
el último rincón de mi piel,
y cuando me devore la penumbra,
cuando el olvido sea una serpiente
enroscada en mi corazón,
la estiraré para reírme de mis estragos,
de mi paradigma viril,
de mi triste concupiscencia.
Por eso he de huir,
marcharme para siempre,
porque cuando mis ojos te miren
y no te reconozcan,
cuando deje de ser casual
o fortuito,
seré la hez oscura
del mundo,
y ningún consuelo,
ninguna explicación médica
ni religiosa
conseguirá revocarlo.
He de huir ahora,
a pesar de la incomprensión
y el estigma,
he de huir ahora,
cuando aún puedo asociar tu nombre
a la primera llama,
al primer temblor,
al primer beso que me diste.
Tu nombre,
el molde de mi memoria,
el broquel último,
la sedienta epifanía
que tutela mi alma.

domingo, 8 de abril de 2012

Un triste cuento erótico

Soñé que era un oso
el panal donde el oso
sumerge el hocico
el panal donde el oso
se relame
soñé que era un oso
un oso que queda atrapado
en un panal
donde sueño que soy un oso
relamiéndose
en el panal
donde el oso
moribundo
sueña
que se relame
en la vagina abierta y suave
de la abeja reina
relamiéndome
el plantígrado lascivo
sólo es,
querido oso,
un triste cuento erótico

miércoles, 28 de marzo de 2012

Gatos de porcelana

Los indios puestos en fila
en una habitación donde se secaba la ropa
los pantalones cortos y los cardenales
el pelo como el nido de un pájaro
mi madre blanca y su carne rosa
los pasillos eran interminables y las tapias
macizas como cálices
me acercaba al mundo con los ojos abiertos
las manos de mis padres
las calles quisquillosas
los zapatos en la punta redonda de una estufa
y el hombre del saco,
como los gatos de porcelana de la vecina bruja,
que me miraba en el espejo,
donde no estaban mis padres
donde están mis recuerdos
no dejéis a vuestros hijos
andar solos
por los pasillos largos,
por las casas ajenas
donde
duermen viejos enfermos moribundos jóvenes
gatos de porcelana
criadas con cofia y señores pálidos
que comen chocolate
y gritan ahítos en la oscuridad.

viernes, 23 de marzo de 2012

Breve ensayo sobre el destino

No nos llevemos a engaño: lo único que nos diferencia de las bestias es nuestra capacidad para decidir, a pesar del horror, qué hacemos con nuestras vidas. Cuando son otros los que nos rellenan ese camino, poco nos queda de dignidad. Pensemos, pues, cuál es la auténtica médula de nuestra existencia y qué es lo que la hace inviolable. Si en un instante de lucidez conseguimos ver que la razón moral que guía al hombre es su propia libertad (como un compromiso que parte del respeto a los otros), entonces seremos verdaderamente humanos. Humanos en el sentido de seres que comparten sus sufrimientos y también sus esperanzas: el primer paso para negar a los brutos y los cínicos su ascendencia social, y el último para reconocer que estamos condenados al fracaso.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Ida y vuelta

En los trenes de la mañana hay vagones que huelen a pis
hombres con papada que fuman en el andén
ancianos con un frío marchito en los ojos
chicas con una noche cárdena en los ojos
maquinistas con lamparones en el chaleco
un solo zapato tirado en las vías.

La tracción de los vagones es una chapa de humo.

Suelo quedarme pegado a la ventana
dentro de poco tendré sesenta años
pero aún no lo sé
y miro el mentón de las azoteas
la simetría de las grúas
el sol como una cuchara
las torretas de la luz
mi propio rostro
bajo el cielo
espiándome a hurtadillas.

Si llegase a tiempo de besarte
solo a tiempo
renunciaría a mi mañana
a los viajes en tren
a las lágrimas de mi madre
haciéndome el bocadillo
con sus manos en llagas
que ya no pueden consolarme
diciéndome adiós
la luz de la cocina
ebria de tristeza.

Desciendo en el apeadero
siempre vi palomas ciegas
y un mendigo sin cartones
asisto a clases de mecánica
se demora la tarde
cierran las aulas
los apuntes bajo el brazo
regresaré a los andenes
los viejos de ira marchita
las chicas sin sueño en los ojos
me acordaré de ti
sellaré un corazón
en el vaho de la ventana
antes del olor soez
el olor a humo
el olor a pis
en los vagones cárdenos
de los trenes sin mañana.

lunes, 19 de marzo de 2012

Los portales

Entonces los portales eran siempre fríos y oscuros, como esas salas de espera donde te sacaban la sangre y cuando oía a mi padre llegar de noche, sus pasos cansados, me imaginaba que venía de ver cosas terribles. Las escaleras olían a lejía y en las puertas había aldabas con puños de bronce. El camión cisterna nos mojaba los zapatos y en las aceras había canchas donde jugábamos a las canicas, barro que se escondía entre las uñas, rodillas tan blancas como manzanas caídas de un árbol. Había olmos entre los portales, puestos allí por una fuerza misteriosa, dibujados por la mano que hacía del mundo un lugar extraño, con sus copas frágiles y tiernas, como si el rumor de sus hojas fuese un suspiro de carne, una sábana tendida al sol donde mezclábamos el pan y las sombras. Mis amigos corrían como solo se corre en el pasado, cuando todo está por ver y la muerte es una niña que corre a tu lado llena de pureza. En las ventanas no había pájaros, solo jaulas vacías y las maletas de cartón parecían tan viejas como nuestros padres. Yo oía regresar a mi padre de noche, solo y cansado, en la porfía de las cantinas, bajo una luz lúgubre y glacial. Lo oía llamar a la puerta e imaginaba que venía de ver cosas terribles.

jueves, 15 de marzo de 2012

Purasangre

Me hubiese gustado aprender a montar a caballo, ser el hombre que los doma, el cowboy que se arrima con el lazo sin que le tiemblen las piernas. Pero siempre me inspiraron miedo, sus cascos como pistones, los ojos desorbitados, el relincho súbito y escalofriante. En el fondo, puede que tuviese miedo a su libertad. Nunca pude acercarme a ellos y acariciar su grupa, o mojar su belfo con un terrón de azúcar. Me los imaginaba como tigres, sus corazones saliendo del mar, la gran caja torácica como una muralla de sangre. Porque todos los caballos con los que he soñado en mi vida eran rojos, rojos como la sangre, o negros con la espuma marrón de la fatiga, y en los días plomizos, en las pistas de barro machacado, los imaginaba ganando sin jinete el Derby de Kentucky.

jueves, 1 de marzo de 2012

Bares

Nunca fui hombre de bares. Y sin embargo me acuerdo de ellos, como evoca uno ciertas películas, viajes interminables de la niñez, algunas personas que te cruzaste en plazas inéditas y soleadas. Mi madre conoció a mi padre estando ella en la barra de un bar, pero fuera de la calma de los cafés del invierno, nunca fueron de tomar chiquitos. A lo mejor por eso se enamoró de él. Mi abuelo Cabanas sí que mojaba los labios y las suelas, pero siempre por cantinas un poco lúgubres, por colmados oscuros, en tiendas de ultramarinos donde despachaban frascas de vino agrio. Me acuerdo de los bares decorados con mesas de mármol y de los que tenían visillos de hule en las ventanas. He aprendido a estar de pie en ellos, solo, dejando que el tiempo se apelmace con un poso de tierra. Con la mirada un poco absorta, intentando pasar inadvertido, como los rufianes y los hombres con macuto. Pero no soy cliente de bares y cuando salgo, después de una visita efímera, pienso en los que quedan allí, sentados en la penumbra, como los órganos de un cuerpo viejo. Abandonados en la soledad olorosa y sagrada de los almacenes del corazón.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El pescador

Lo llevaron cerca del río y le quitaron la ropa. Comenzaron a bailar a su lado, zumbando, mientras se despojaban de sus vestidos. Una de ellas se sentó a horcajadas sobre su cara y la otra, con voz susurrante, se arrodilló junto a él. Su miembro apuntaba hacia las estrellas, un pequeño menhir, babeando hilillos de semen. La más joven lo cogió entre sus manos y se lo llevó con lentitud a la boca. Recuerda que apenas lo tocó, un lengüetazo sutil, una abeja rozando una flor. Entre tanto la otra subía y bajaba, con sus muslos golosos acariciando sus labios. Lo tuvieron así un tiempo impreciso, como media hora, torturándole con caricias furtivas. Se esmeraban para impedirle eyacular: cada vez que se hinchaba, al borde del paroxismo, le arrojaban agua en el vientre. Le ataron las manos a la espalda para que no pudiera satisfacerse. Por último, tumbadas en la hierba, gimiendo y acariciándose, recrearon ante él su orgasmo.
Esa noche mi padre llegó a casa enajenado, enloquecido, abominando de las mujeres. Juró que permanecería célibe el resto de su vida, que se haría cartujo. Evidentemente, no cumplió su palabra. De eso hace veinte años, dos más de los que llevó yo aquí, haciéndome pajas, al borde del río.

sábado, 4 de febrero de 2012

Un cuento anticuado

Un frío día de noviembre el rey decidió abdicar y auspiciar la coronación de su hijo mayor. Convocó a sus validos más ilustres y ordenó preparar su despedida. “Deseo que todo el pueblo asista a la ceremonia y conozca al futuro monarca – les dijo; y agregó: Que nuestras divisas ondeen al viento y se congreguen todos al alba”.
Llegado el día el soberano, fatigado y enfermo, salió con su hijo a las almenas. Una multitud fiel y conmovida lo ensalzó durante horas. El rey apreció en su primogénito una sonrisa cómplice y le preguntó: “¿Qué es lo que ves?”.
“Veo un pueblo lleno de gratitud, padre; un pueblo cuyos hombres te rinden pleitesía por igual, sean prósperos o humildes”.
La sombra de lo que fuera un hombre victorioso recobró por un instante su majestad y, ante el asombro de sus súbditos, declaró: “Escúchame y no olvides mis palabras: iguales son ante Dios y también ante tus ojos. Pero cada uno de esos seres, cada una de esas almas, son únicos y excepcionales. Y ante cada uno de ellos serás antes siervo que rey. Hinca, pues, tus rodillas”.
El equipo editor del juego de la play station decidió suprimir este comienzo tan soso.
Luego viene un largo desenlace con doncellas de mallas apretadas, equinos furiosos y templarios decapitados.

lunes, 23 de enero de 2012

Marilyn

En sus sesenta años de vida, nunca había visto el rostro de una mujer. Su madre lo había abandonado entre paños sangrientos, en un pueblo minero y fronterizo. Cuando, a punto de extinguirse, la ambulancia lo trasladó a la ciudad, vio un cartel con la cara de Marilyn. “Entonces… Dios es una muchacha”, susurró, y su rostro pareció llenarse de luz.

miércoles, 18 de enero de 2012

Debajo

Debajo de la almohada está toda mi vida
en el ruedo de las faldas y los trenes
debajo de las campanas y la lengua
en el pretil de los pozos y el umbral
debajo de las tinajas y los nidos
donde duermen los cachorros de lobo
bajo las tibias de los cementerios
en los cementerios tibios
en la melena del huracán
debajo de las casas
que demolieron en mi juventud
entre células y sobras
bajo el tiempo
en el arco
de las horas
que se estrechan en la luz
la luz que atraviesa
las persianas
cuando despierto entre tus brazos
bajo el tumor
de las flemas
entre los sueros moribundos
en el fósforo de los osarios
bajo la pelusa de la liebre
que me mira de refilón
mientras el aire
se llena de pólvora
y me compro una camiseta
de algodón grueso
que doblo solo
bajo la fiebre de la almohada.

sábado, 14 de enero de 2012

Escuela

Las duchas tenían esos azulejos fríos en los que siempre había manchas de dedos y cuando entrábamos después de las clases de gimnasia, competíamos unos con otros por aprovechar el agua caliente. Debajo de los bancos las zapatillas tenían restos de lodo y las camisetas se amontonaban en las sombras del vestuario. El vapor formaba una nube azulada sobre nuestras cabezas. Los gritos podían ser de lechuzas, los cuerpos resplandecían con un temblor adolescente. Luego subiríamos al laboratorio, o a la clase de matemáticas, pero en ese momento las sábanas que colgaban nuestras madres detrás de los muros eran la bandera de una patria que nadie se permitía maldecir. El colegio era un gris santuario de tapias y cemento. Los curas llevaban llaves que se mezclaban con el alpiste polvoriento de sus bolsillos y en la yema de sus dedos había una pátina de azufre. Me acuerdo de Santi, tímido y silencioso. No habrá tenido la fortuna de los elegidos, porque los zapatos le apretaban los pies. Pobre diablo. Hay personas que nunca caminarán por los bosques fragantes de Francia. Callan en la penumbra de los vestuarios y sostienen obsesivamente una minúscula pastilla de jabón. Cuando maduren nadie los confortará, una mujer de ojos sonámbulos, una casa de balcones sólidos y luminosos. Niños feos y tristes. En las horas de la infancia había azulejos desconchados por la herrumbre de la soledad.

viernes, 13 de enero de 2012

Ensayo sobre la felicidad

La felicidad luminosa radica en los sueños que, aparentemente y a expensas de una mueca del destino, todavía no se han cumplido: los preparativos del viaje, la mañana de la vendimia, las caricias que preceden al orgasmo, la hierba incipiente, el nacimiento de nuestro hijo, la transición de las estaciones, el momento antes de subir a una duna y ver por primera vez el mar. Hay otra felicidad sombría que procede del fin del dolor. Y hay otra más sutil, paradójica, que viene de la aceptación profunda, y sin tapujos, de la verdad.

jueves, 5 de enero de 2012

Revelación

Al final la vida se parece a un abrigo prestado, con sus pelusas inmisericordes, los bolsillos llenos de papeles, los cuellos con grasa, la ausencia de un par de botones, los forros deshilachados, el roce taciturno de una percha. Como cuando heredas la ropa de tu hermano mayor.