lunes, 19 de marzo de 2012
Los portales
Entonces los portales eran siempre fríos y oscuros, como esas salas de espera donde te sacaban la sangre y cuando oía a mi padre llegar de noche, sus pasos cansados, me imaginaba que venía de ver cosas terribles. Las escaleras olían a lejía y en las puertas había aldabas con puños de bronce. El camión cisterna nos mojaba los zapatos y en las aceras había canchas donde jugábamos a las canicas, barro que se escondía entre las uñas, rodillas tan blancas como manzanas caídas de un árbol. Había olmos entre los portales, puestos allí por una fuerza misteriosa, dibujados por la mano que hacía del mundo un lugar extraño, con sus copas frágiles y tiernas, como si el rumor de sus hojas fuese un suspiro de carne, una sábana tendida al sol donde mezclábamos el pan y las sombras. Mis amigos corrían como solo se corre en el pasado, cuando todo está por ver y la muerte es una niña que corre a tu lado llena de pureza. En las ventanas no había pájaros, solo jaulas vacías y las maletas de cartón parecían tan viejas como nuestros padres. Yo oía regresar a mi padre de noche, solo y cansado, en la porfía de las cantinas, bajo una luz lúgubre y glacial. Lo oía llamar a la puerta e imaginaba que venía de ver cosas terribles.
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Tan terrible como siempre.
ResponderEliminarPD. Hay que jugar con la niña muerte.
Pero también con el barro y las canicas...Saludos!
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