El primer día de clase el alumno apareció montado en una moto de aspecto macarra y sin dejarle echar el pie a tierra, los municipales que lo perseguían se abalanzaron sobre él, le aplastaron los morros contra una chapa y lo esposaron entre maldiciones y jadeos. Intervine para decirles que aquel era un espacio docente, pero el más rudo me plantó una mano enguantada frente a los ojos y, por su forma de mirarme, me dio la impresión de que creía ser la reencarnación de Liberty Valance. Al día siguiente, con el fin de plantear mis protestas y pedir explicaciones, fui a ver al comisario, un cincuentón sosegado y flemático que, después de pedirme disculpas, me dijo que el chico, camino de
miércoles, 29 de junio de 2011
Periferias
lunes, 20 de junio de 2011
Verano
Voy a ir al verano
donde dicen que las campanas aturden
y los ángeles custodian templos
donde mueren las playas.
Voy a ir allí,
y espero hallar
lo que todos los poetas
perciben
en el filo de sus versos:
el vértigo melancólico de las golondrinas
que se persiguen
unas a otras
unas a otras
unas a otras.
viernes, 3 de junio de 2011
Viejo
Me vi viejo. Había refrescado inesperadamente y me puse a buscar unas zapatillas de invierno y al ponérmelas percibí de repente la vejez. Como muchos otros antes que yo, hasta ahora, cada vez que veía un anciano en la calle, pensaba que nunca llegaría a ser como ellos. Que nunca tendría su mirada triste, su andar titubeante, la piel ajada o flácida. Es preferible no llegar a eso, pensaba, no pasar ese umbral donde la muerte acecha como un abismo detrás de una puerta, donde los días resbalan en la turbia economía de las cosas prestadas. Por qué aceptar la decrepitud, su crueldad, la implacable parsimonia de sus sinsabores: los padecimientos óseos, las dispepsias, la corrupción dental, el insomnio, la angustia. El estúpido consuelo de las religiones. Y toda la farmacopea convirtiéndote en una rata de laboratorio. Mejor no llegar a eso, me dije, no cruzar el umbral. Calzado sobre unas zapatillas de felpa, partido en dos delante del espejo, con la mitad de mi vida engastada en la joya de la juventud y la otra en un reflejo amenazante, me vi en la frontera de la vejez. Saqué los pies de su sitio y dejé que me atravesara el frío blanco de las baldosas.