El primer día de clase el alumno apareció montado en una moto de aspecto macarra y sin dejarle echar el pie a tierra, los municipales que lo perseguían se abalanzaron sobre él, le aplastaron los morros contra una chapa y lo esposaron entre maldiciones y jadeos. Intervine para decirles que aquel era un espacio docente, pero el más rudo me plantó una mano enguantada frente a los ojos y, por su forma de mirarme, me dio la impresión de que creía ser la reencarnación de Liberty Valance. Al día siguiente, con el fin de plantear mis protestas y pedir explicaciones, fui a ver al comisario, un cincuentón sosegado y flemático que, después de pedirme disculpas, me dijo que el chico, camino de la Escuela Taller, había sacado una moto del propio parque de la policía, moto que le habían requisado días antes por andar sin carné. “Una pieza de cuidado”, agregó el jefe en argot policial, y dándome la mano se despidió con una fatiga suburbial cargada de conmiseración. Efectivamente, no pudimos reinsertar al alumno, que acabó semanas después amenazando con un martillo de bola a su profesor, e ingresando, al cabo de unos meses, en la penitenciaria de la ciudad. Incluso llegó a telefonearme a casa cierta noche, pronosticando que algún día nos volveríamos a ver las caras. Recuerdo a su padre sollozando en mi despacho, retorciendo febrilmente las manos, rogándome que le diéramos otra oportunidad. Parecía un buen hombre, pero había algo en su rostro contraído y en el vello frondoso de sus brazos que me repugnaba. Oía sus palabras e imaginaba a su hijo con un pincho en la mano, escuálido y furtivo, intentando forzar una persiana al oscurecer. Allí estaba yo, incapaz de compadecer a ese hombre, pensando absurdamente que, de habérselo propuesto, su retoño hubiese aprobado con nota alta las oposiciones para municipal. La balanza de la vida se inclina caprichosamente desde el primer balanceo de la cuna. Cuando se marchó, me quedé mirando la ventana, las naves del polígono que rodeaban la escuela, sus volúmenes simétricos y deprimentes. Dentro podías imaginar a un grupo de operarios fabricando escritorios, o a una familia de tarados desollando ninfas en un matadero clandestino.
" La balanza de la vida se inclina caprichosamente desde el primer balanceo de la cuna." Esa frase lo resume todo, enhorabuena por tu forma de redactar, es bastante cautivadora.
ResponderEliminarEn la periferia las cosas se ven y se viven de otra manera...
Un saludo desde Luz y Penumbra.
Un abrazo grande...que siempre es más seguro que los balanceos.
ResponderEliminar"...una familia de tarados desollando ninfas en un matadero clandestino."
ResponderEliminarUf, eso me ha dado miedo.
Cuánto tiempo, Sara...Bueno, es que la Matanza de Texas me dejó impresionado en mi juventud.
ResponderEliminarnice to post in this blog post by braydon
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Muy bueno el relato. Toda una crónica de sucesos narrada con el lirismo de un poeta.
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