viernes, 24 de julio de 2009
Huida
¿Por qué será que el día antes de coger vacaciones te surgen en el curro un montón de escollos y situaciones engorrosas? Es como si, antes de saborear un helado, una vieja te arrancara con sus propios dedos un diente para recordarte, después de guardarlo en su delantal, que te estará esperando en breve. Uf. ¿Dónde desaparecer con la esperanza de encontrar algún rincón donde te olvides realmente de tí mismo, sin necesidad de atravesar el jodido mapa mundis? Cómo no había caído antes...voy a ver si me pierdo en Portugal.
lunes, 13 de julio de 2009
El turista accidental
Hacía mucho que no volvía a Salamanca: me pareció que hacía honor a su apodo, la Roma chica. Su Plaza Mayor es la más bonita de España. Subí a las torres y leí en algún sitio algo acerca del material sobre el que se amasan las catedrales: la piedra, sin duda, pero también la cal, la arena, los clavos, el añil… ¡ el añil! Bajé y me quedé mirando un edificio, que un anciano fibroso y menudo (últimamente me abordan con frecuencia, viejos parlanchines y anónimos, en puentes, en plazas, en lugares donde aparecen de repente) me explicó era el palacio arzobispal, “también antigua residencia de Franco”, aclaró, para, girando el brazo a la derecha, apostillar: “y más allá, uno con columnas gordas, donde se alojaba Millán Astray”. El del parche, le dije yo, ese mismo, me replicó, y sin saber muy bien de qué pie cojeaba, dejé caer: “Menudo cabrón, ¿eh?”. Y entonces él, poniéndome la mano en el hombro, me dijo: “Cualquiera de los dos, maestro, cualquiera de los dos”, y se fue calle abajo, no sin despedirse, pero acompañando mi sonrisa de un gesto reflexivo y melancólico. No lo volveré a ver, pero celebro haberlo conocido.
lunes, 6 de julio de 2009
Opio
Es mentira que los escritores necesiten la soledad como los osos la miel. Cuando escribes de verdad estás rodeado de una multitud y las plantas de tus pies están llenas de mierda o arena. O bien, te rodea un puñado de ninfas deslumbrantes, que cimbrean sus caderas a tu lado bajo un sonido estridente. Escribes, es cierto, en la soledad de las buhardillas, pero nada de lo que pongas en el papel poseerá ni una milésima de la verdad que inunda tus sentidos en medio del ruido y la furia. Esa es la vida con mayúsculas. Fea, ruidosa, voluble, incandescente...cuando, en la tinta roja que sale de tu pluma, sólo imaginas las pinturas más excelsas, aquellas que mordieron el lienzo bajo la delicada armonía de la sangre que cubría los rododendros sobre los que un jardinero lascivo arrojó su última gota de semen. Dicho esto, he de confesar que amo la soledad hiriente de las tardes de verano en una torre de piedras desnudas, cuando sólo te leen los vagabundos y las mujeres más hermosas y desesperadas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)