Es mentira que los escritores necesiten la soledad como los osos la miel. Cuando escribes de verdad estás rodeado de una multitud y las plantas de tus pies están llenas de mierda o arena. O bien, te rodea un puñado de ninfas deslumbrantes, que cimbrean sus caderas a tu lado bajo un sonido estridente. Escribes, es cierto, en la soledad de las buhardillas, pero nada de lo que pongas en el papel poseerá ni una milésima de la verdad que inunda tus sentidos en medio del ruido y la furia. Esa es la vida con mayúsculas. Fea, ruidosa, voluble, incandescente...cuando, en la tinta roja que sale de tu pluma, sólo imaginas las pinturas más excelsas, aquellas que mordieron el lienzo bajo la delicada armonía de la sangre que cubría los rododendros sobre los que un jardinero lascivo arrojó su última gota de semen. Dicho esto, he de confesar que amo la soledad hiriente de las tardes de verano en una torre de piedras desnudas, cuando sólo te leen los vagabundos y las mujeres más hermosas y desesperadas.
lunes, 6 de julio de 2009
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Igual he leído seis veces este texto. Y me he enterado perfectamente a la primera. Me ocurre algunas veces, cuando la sangre roja con la q alguien ha escrito sobre el níveo papel se confunde con la q riega y alimenta mi cerebro y mi corazón, como ahora.
ResponderEliminarYa son siete.