lunes, 23 de enero de 2012

Marilyn

En sus sesenta años de vida, nunca había visto el rostro de una mujer. Su madre lo había abandonado entre paños sangrientos, en un pueblo minero y fronterizo. Cuando, a punto de extinguirse, la ambulancia lo trasladó a la ciudad, vio un cartel con la cara de Marilyn. “Entonces… Dios es una muchacha”, susurró, y su rostro pareció llenarse de luz.

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