Suponía que en algunos círculos era objeto de chanzas. Sus conocidos lo disimulaban con discreción, pero les costaba reprimir la risa. Eso a él, parco en emociones, le traía sin cuidado. Amaba a su muñeca y discernía su lenguaje de modo exquisito: sus vagidos se componían de sintagmas que asimilaba con nitidez. Daban largos paseos y robustecían su afinidad. La amistad que los unía se basaba en una confianza embriagadora. Al llegar a casa le reconfortó sentarse y oír, como siempre, su fiel consejo. Era una muñeca juiciosa que sólo pronunciaba agudezas. Aquella noche estuvo especialmente sagaz y visitó su alcoba complacido. Sí, reflexionó entre las sábanas, pasaremos juntos a
A la mañana siguiente, ebrio de vida, congregó a sus generales y, tras evocar los labios de su compañera, ordenó invadir Polonia.
muy bueno.
ResponderEliminarsaludos.
Gracias por tu elogioso comentario. Un abrazo!
ResponderEliminar