El vendedor, que tenía pinta de haber atracado un banco en Cheyenne con una recortada, no vaciló ni un segundo cuando le expuse mis dudas acerca de la talla del pantalón: “Pruébeselo ahora mismo, joven, le aseguro que le sentarán como un guante”. Estábamos en un descampado repleto de furgonetas y tenderetes, atestado de madres de familia numerosa y señores con bolsas de plástico: lo que en España conocemos como un rastro callejero. El puesto al que yo me había acercado ofrecía una orgía de productos textiles, desde sujetadores tamaño ubre a pantalones de pitillo con serigrafías de los Rolling Stone. Me introduje en el probador, es decir, en la furgoneta del tipo con aspecto de haber estrangulado a Jesse James, y haciendo equilibrios entre paquetes de cartón y residuos orgánicos, logré embutirme en una pieza vaquera que, según la versión posterior de mi novia, me quedaba como un churro (“pareces un quinqui”, me dijo) y que sin embargo, para el enemigo público número uno, me sentaban de puta madre. “Además, si se lleva otro, le regalo el cinturón y unos slips fosforescentes”, agregó, a lo que yo sonreí rechazando la oferta.
Ahora contemplo el fondo de mi armario y dada la cantidad de ropa sobrante que tengo, no sé qué ponerme. En el baño ocurre algo similar: diferentes clases de espuma, after shave, colonias, desodorantes y cremas faciales. Como diría mi hija, soy un cuarentón en crisis rodeado de productos lujosos y excedentarios.
Creo que a mi madre tampoco la hizo mucha gracia que llevara a la Universidad unos pantalones tan ajustados. Sobre todo, porque yo tenía la costumbre de ponerlos durante semanas sin meterlos en la lavadora.
Verme en fotos de aquella época me genera una mezcla de vértigo y asombro. Admitiré que también de nostalgia. Sea como sea, aquellos pantalones que compraba a traperos y forajidos del Medio Oeste, tenían una cualidad indiscutible: se te pegaban al cuerpo como una segunda piel y eran jodidamente resistentes.
Ahora contemplo el fondo de mi armario y dada la cantidad de ropa sobrante que tengo, no sé qué ponerme. En el baño ocurre algo similar: diferentes clases de espuma, after shave, colonias, desodorantes y cremas faciales. Como diría mi hija, soy un cuarentón en crisis rodeado de productos lujosos y excedentarios.
Creo que a mi madre tampoco la hizo mucha gracia que llevara a la Universidad unos pantalones tan ajustados. Sobre todo, porque yo tenía la costumbre de ponerlos durante semanas sin meterlos en la lavadora.
Verme en fotos de aquella época me genera una mezcla de vértigo y asombro. Admitiré que también de nostalgia. Sea como sea, aquellos pantalones que compraba a traperos y forajidos del Medio Oeste, tenían una cualidad indiscutible: se te pegaban al cuerpo como una segunda piel y eran jodidamente resistentes.
Rechazaste la oferta de los gayumbos fosforitos?????
ResponderEliminarMiguel: hace mucho que te sigo -te tengo enlazado desde que creé mi blog, pero te seguía de antes- y esta es la primera vez que soy capaz de comentarte algo.
ResponderEliminarEn general, me parecen magníficos tus artículos, tus relatos, ese humor irónico de "cabrón resentido" con el que tanto me identifico.
Con respecto a este "Cuidando la imagen", lo suscribo de pe a pa: hoy precisamente he estado en un rastro -o mercaíllo, como también se dice- y los vendedores tenían pinta de ser parientes de sangre de ese tuyo.
Y de las vendedoras, ni te cuento.
Un placer seguirte.
Este es mi blog, por si quieres echarle un vistazo: http://eljuegodelataba.blogspot.com
Elías Moro
Sara...
ResponderEliminarElías: Es un honor, qué puedo decirte. Por supuesto que visitaré tu blog. Un fuerte abrazo.
Me produce cierta turbación que te refieras a mamá como "mi novia".
ResponderEliminarY bueno, estás ya casi más cerca de ser cincuentón en crisis moreno, y esas ya no son las de las cremas, creo que son las de vestir con camisetas hawaianas.
El señor Paz es más presumido que un pimiento, que lo sepan los fans, que parece que va de progre y nanainas.
Hum...me da la sensación de que este blog se está convirtiendo en una versión de Mac Millan y su hija...ya hablaremos de tu asignación.
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