Hay otra foto en casa de mis padres en la que se me ve, nada menos, que con un cachorro de león en brazos y tanto la expresión que compongo delante de la cámara como la actitud espantadiza de la bestezuela no tienen desperdicio alguno. Dado que la instantánea se remonta a los años setenta y por entonces los viajes a África (a diferencia de ahora, donde pasar las vacaciones entre los últimos indígenas del Orinoco o fornicando con esquimales es lo más vanguardista en materia de turismo) se consideraban, no ya exóticos, sino sencillamente implanteables, habrán adivinado que me la hicieron en el circo, uno de esos circos de antaño que probablemente aún conservase entre sus atracciones al hombre bala y la mujer barbuda, donde los acróbatas daban saltos en el aire sin red y a cuyo alrededor, entre los carros pintarrajeados y las heces humeantes, persistía una siniestra mezcla de regocijo y atrocidad, representada en los elefantes enjaezados con plumas y aquellos payasos tristes que ejecutaban sus números en la pista con una pachorra sádica y burlesca.
Fue uno de aquellos payasos el que me sacó la foto y quien, visiblemente nervioso (según iba viendo cómo evolucionaba el asunto), me arrebató al felino de los brazos, ante la mirada alarmada de mi madre y las risas entre compasivas y morbosas de los espectadores (unos preocupados por mí, y los más, por el pobre cachorro). No obstante, la foto llegó a concretarse y en ella se me ve con los paletos hundidos en el labio inferior, una especie de hijo de Tarzán rechoncho y bien alimentado, con zapatitos y pantalón corto, apresando con todo mi aliento al futuro rey de la selva. Éste, literalmente empavorecido, pugnaba por zafarse, clavándome unas garras incipientes en mi nuevo polo de espuma. Patético, qué decir. A mi madre (más a mi hija, siempre presta a mofarse de los percances paternos) le encanta esa foto en blanco y negro, que tiene ubicada en el centro de la salita y que yo miro cuando regreso con una mezcla de vergüenza y melancolía.
Tal vez de ahí proceda mi fascinación por los circos, pero es posible que también mi resentimiento hacia los payasos, la peste de los equinos, los leones enjaulados, el público y la manipulación infantil. Y, por supuesto, los pantaloncitos de color blanco.
Es curioso, hablas de muchas fotos pero nunca de la de la comunión, en la que, a pesar de ser un año y pico mayor que la tía, tuvieron que ponerte tres o cuatro biblias debajo de los pies para evitarte el ridículo.
ResponderEliminarSin comentarios. :)
ResponderEliminarBueno, sí. Q qué ricos son los niños.
Y q pongas esas fotos, ambas. :)
Hola!!
ResponderEliminarPermíteme presentarme soy Gillian administradora de un par de webs, visité tu portal y está interesante, tienes temas muy buenos y el diseño me gusta. me encantaría poner un link de tu web en mis sitios y así mis visitas puedan visitarlo también. si estás de acuerdo no dudes en escribirme
Éxitos con tu blog.
Gillian Silva
gilixitana@hotmail.com