A Ignacio Abad
Empieza a salir tímidamente el sol y me acuerdo de esas personas que han nacido un veintinueve de febrero, y pienso que este año se acercarán a esa fecha con una mezcla de placer y vacío en el corazón, como esos exploradores que cruzan el meridiano sin saberlo y miran al cielo intrigados, expulsados del tiempo sin saber bien dónde se encuentran, como esos pueblos que huyen de una epidemia desoladora, o como el exiliado que toma café en una plaza que no conoce, demorándose en su sabor amargo con una pereza esquiva, observando a un perro vagabundo que sortea una calle llena de coches, los pájaros no saben que la rama donde se balancean dio sombra a ese ser anónimo, el mismo que ahora abre la puerta de una casa que no le pertenece, alguien que pudo haber nacido un veintinueve de febrero, que guarda en el bolsillo un papel donde escribió su nombre, a lo mejor para que no se le olvide, como otros tallan en la corteza de un árbol un corazón o un epitafio, y ese viajero que odia los domingos y las tardes sin luz me mira desde la ventana sucia del balcón, tiene los ojos grises y cansados, podría decirle que nos pareceremos cuando él ya no esté aquí, pero sólo tengo tiempo de escribir mi propio nombre en otro papel, éste que otros leerán en la soledad de sus habitaciones, la soledad pura de febrero, que al final de sus días se asoma a una avenida a la que a veces el viento despoja de hojas y pájaros.
Siempre he pensado q el 29 de febrero debería considerarse legalmente inhábil para nacer. Así, las mujeres tendrían q aguantarse hasta el 1 de marzo y no hacer de sus hijos esos seres confusamente bisiestos, pobrecicos.
ResponderEliminarAh... Qué triste y hermoso. Muchas gracias, amigo mío.
ResponderEliminarMe gustaría volverte a ver por Beatitud
ResponderEliminarA mí me faltó poco para nacer un 29. Y era bisiesto.
ResponderEliminarSaludos.