miércoles, 28 de diciembre de 2011
Las avispas furiosas
Nadábamos en el río, untábamos nuestros pezones con miel, tomábamos el sol en la orilla. La luz se filtraba entre las hojas. Consagrábamos perezosos nuestra silueta en el jardín. Una joven desnuda zigzagueaba en la hierba. Miles de insectos resplandecían entre los juncos. La luna era un escombro de harina blanca. Te cegaba, nos cegaba, su suave resplandor. Las faldas de las tenistas se secaban en la red. Había vasos con limón azucarado, y también una bandeja de plata. Cuando deslizabas la lengua áspera, entre los muslos soleados, la piel sabía a humo. Espigas tiernas. Sobre el lodo, desfalleciente, la lluvia era un semen manso. Polvo resbaladizo en los graneros. Novillas de ubres turgentes. La lujuria de la botánica. Al atardecer, como pequeñas avionetas lacadas, las avispas descendían furiosas sobre nosotros.
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