Filántropos en pedestal y placas de bronce en Central Park. Los muñones de un tarado recogiendo patatas fritas en la Sexta Avenida. Reverendos con túnicas negras y doradas entonando himnos guturales en una iglesia episcopaliana en el corazón de Harlem. Escaleras de incendio serpenteando fachadas sucias de ladrillo rojo. Drugstore sórdidos abiertos 24 horas cada dos esquinas. Miles de taxis surcando calles devastadas con maletones del País del Arco Iris. Obesos. La mirada triste, las mejillas hundidas y el cráneo pelado de Joseph Fontdevila pintadas por Picasso en una sala del Met. La silueta de los rascacielos desde Promenade y el puente de Brooklyn. La exuberante sutileza de la expresión inglesa installation in progres, frente al vértigo impostor del anuncio de próxima apertura de los cartelones de nuestro país. El fantasma de Fernando Rey en French Conecction saliendo del metro resonante y sonámbulo de Nueva York. Ángeles pálidos y sofisticados batiendo las aceras sobre tacones de Manolo Blahnik. El vapor cinéfilo y luciferino que salía de sus alcantarillas. Vísceras y carroñas en las lunas de Chinatown. Viejos rabinos de aire salomónico y clerical. La silueta al atardecer de la ciudad desde la planta 82 del Empire. La punta de los edificios desapareciendo en una cinta de niebla sin fin. El Village y sus avenidas arboladas. El daguerrotipo de neones y pantallas desmesuradas de Times Square. La mayor tienda de artículos de Halloween del mundo. El MOMA. La tumba de Melville en un cementerio al norte del Bronx. Los techos de la Biblioteca de Nueva York y de la Estación Central. La sugestión sacrificial de las Torres Gemelas. Los mendigos apocalípticos. La urgencia irracional y patológica de los newyorkinos. Cuatro policías irlandeses de rostro adusto montados a caballo. Mujeres bellísimas. Un puñado de negros celebrando una barbacoa bajo una lluvia inclemente. Semáforos como caramelos gigantes suspendidos del cielo. Masas de gente cruzando las calles como peregrinos del Jordán. La congregación efervescente de millones de almas. La consagración del dinero. El exterminio de la pereza. La hegemonía del jazz. El olor a lingotes de oro de la Quinta Avenida. Los predicadores apostados en intersecciones ventosas. El aire húmedo y ligeramente pútrido del río Hudson. La lujuria, el ritmo, el esplendor, la miseria, el estrépito, la usura, el color, el comercio, la palpitante elasticidad de la vida. Y un poeta en Nueva York: yo escuché al chileno Raúl Zurita pronunciar los versos más terribles en su Universidad junto a una intérprete de voz delicada y hermosa.
viernes, 7 de mayo de 2010
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Magnífica descripción y transcripción de sensaciones Miguel Paz. Yo nunca he estado, no mi gran viaje astral la verdad pero cuando me lo imagino se asemeja a esto que cuentas, seguro que lo has disfrutado.
ResponderEliminarUn saludo
Y la Puerta del Sol ;)
ResponderEliminarExcelente descripción me has hecho viajar gratis y ahora con esto de la crisis es todo un detalle
Besos
Parece q te ha gustado. :)
ResponderEliminarLuminosas damas que se dignan leer estas cosas: gracias...y no dejen de caerse por allí alguna vez.
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