No es mal sitio éste. Me advirtieron de que el invierno sería cruel, de que lo podía pasar realmente mal. Me susurraron que suplicando en las calles podías quedarte carámbano. Es verdad que a veces me muerde el aire y que no siento los dedos de los pies; o que me crecen sabañones como larvas en la carne de las orejas. Pero más frío sufría en mi país, cuando aullaba aquel viento gélido y nocturno. Eso sin contar el tiempo que pasé en la colina, rodeado de soldados. Aquellos sí que fueron tiempos feroces. Tiempos de espadas y espinas. Así que ahora pido limosna recitando versos, tengo un repertorio amplio y, sin pecar de vanidoso, bastante digno. No siempre escucha uno a Gabriela Mistral en la calle, o los sonetos dulces de Rubén Darío. La gente cruza deprisa, suelta monedas y a veces, con asombro, se detienen: una madre joven, obreros sobre un pequeño bastón, personas que me miran con una extraña nostalgia.
En ocasiones, sin embargo, echo de menos mi hogar. Aunque no se lo crean, llegué a ser un buen carpintero. Construía ataúdes para niños y poetas. A veces, hacía inscripciones a mano. Pero, bueno, eso fue hace mucho tiempo, parece que hayan pasado siglos, clavos revestidos de musgo, cuando me colgaron de aquella jodida cruz.
Añoranzas que buscan, olvidar el presente, escaparse del futuro
ResponderEliminarmuy hermoso! me alegro de haber dado con esta página. no la descuidaré.
ResponderEliminarun saludo, sincero