jueves, 3 de noviembre de 2011

Pésame

Fui al entierro de la madre de mi tío Amadeo y al verle entrar en la iglesia rechacé su mano y lo abracé, para expresarle mi condolencia y compartir su dolor. Creo que él me ofrecía su mano porque le pareció más natural, porque ya me ve un hombre hecho y derecho, alguien que ha cruzado hace mucho el umbral de la madurez. No pude decirle que yo lo veía con otros ojos, que quien lo abrazaba no era un sobrino cuarentón, sino el adolescente que reía con sus hijos sentado en las escaleras de su casa. Besé sus mejillas como cuando era niño y mi madre y mi tía llevaban vestidos blancos. En la iglesia había mucha gente, pero las palabras del cura sonaron protocolarias. Soy llorón por naturaleza, pero siempre me pareció terrible ver las lágrimas de mi padre, de sus hermanos, de los hombres que han conocido el exilio o la miseria. Algunas mujeres, vestidas de luto, se arrodillaron en el filo de los reclinatorios. Hay sepelios bajo el sol de mayo y el júbilo sugerente del azafrán. Los ladrillos rojos de la iglesia eran grises bajo un cielo que parecía la mirada errante de un vagabundo.

4 comentarios:

  1. Me ha impactado por su desnuda sencillez; me parece muy bien narrado, no sobra nada.

    Saludos.

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  2. Bendito sea el momento, aunque triste, en q recuperamos el niño q fuimos.

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  3. Gracias de nuevo por esas palabras elogiosas...uno se anima a seguir escribiendo.

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  4. Sara, cómo me gusta verte por aquí. Un abrazo!

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