martes, 31 de marzo de 2009

La mística de las tijeras

La mística surge de las cosas más banales. No es de extrañar que Santa Teresa levitara en su celda monacal, o viendo en el refectorio la cola de un ratón. Cuando yo era niño la gente comerciaba por las escaleras; abrías la puerta y te aparecía un tipo con salazones o barriles de miel al hombro. Los barberos también se instalaban con sus brochas y navajas en la cocina. El que venía a mi casa era un tipo calvo (¿por qué hay tantos peluqueros calvos?) y se ponía a mi espalda, mientras conversaba con mis padres. Era un gallego macizo, colorado, con la cabeza como una bola de hierro. El primer día me dio unos cuantos pescozones para garantizar mi inmovilidad y aprendí rápidamente que debía quedarme quieto. Pero para mi sorpresa, el muy cabrón seguía atizándome siempre, empleándose con especial saña en mis partes blandas: los lóbulos de las orejas, mi púber cuello lechoso, la sima virgen de la nuca. Me endosaba collejas y papirotazos constantemente, ante la mirada impasible de mis padres. Su sadismo, melifluo y doméstico, tenía algo de inmortal. Nunca se lo he contado a nadie, pero aquel barbero era Dios. Por eso, a pesar del tiempo transcurrido, sigo sintiendo alojado en el bulbo raquídeo el negro sentimiento de la culpa.

viernes, 27 de marzo de 2009

Sonambulismo


Descubrí que mi hija era sonámbula un viernes que se presentó a las tres de la madrugada en mi habitación, diciendo, con voz clara y firme, que la suya olía a quemado. Parecía totalmente despierta, me miraba como si estuviésemos lavando lechugas en la cocina y, eso sí, hablaba con una irritación suave y profunda. Me tiré de la cama, pensando en una ola de fuego, en una zarza de humo subiendo por las cortinas. Su habitación era el mismo caos de siempre, bolsos y peluches, pero sólo la impregnaba su aroma adolescente. Sin embargo, dada su insistencia – el olor sale del enchufe, decía – me puse a husmear por allí, arrodillado, infructuosa y perrunamente. Ella se volvió a dormir, dieron las cuatro, yo me desvelé por completo. Ahora pienso que lo fantástico del asunto no fue descubrir que Sara era una heroína de una película de Torneaur, o que en su cráneo parpadeaban sinapsis de colores, sino verme a mí pegado al enchufe, en calzoncillos, somnoliento, con el culo en pompa. Jodidos hijos. Fue una lástima que no me tiraran una foto.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Deuda

Un día, en casa, me quejé por la escasez de la comida, o más bien porque yo, acostumbrado a dejar sobras, encontré mi plato poco sabroso. Mis padres se callaron, creo que miraron abochornados al suelo, se hizo un silencio plomizo. Mi padre llevaba una temporada al paro, él que no había dejado de encallecer sus manos desde su temprana juventud, que había segado con docenas de gallegos del alba al anochecer, que había pasado una mili interminable en África, dormido en vagones, trasladado vigas por andamios peligrosos y famélicos. Ahora de viejos, cuando vienen por aquí, les sigue gustando agasajarme y sentarme a su lado en la mesa. Yo llevo el vino, les digo, y con las cucharas en el mantel, por un momento, me parece que brillan sus rostros. No tengo más que decir. Seguramente, ellos nunca leerán este blog.

domingo, 22 de marzo de 2009

Locos

Los enfermos mentales son los parias de la tierra. Más que los que padecen el sida, la lepra, cualquier mal infeccioso. La sociedad los repudia clínica y cínicamente, y siente por ellos un pavor duro y ancestral. Será porque la sustancia que nos separa de la demencia es más frágil que el barniz de una puerta vieja. Sin embargo, yo soy de los que piensan que para cada loco hay una ocupación fértil y oportuna: los mataderos para los psicópatas, el espionaje para los cleptómanos, la construcción de piezas de ajedrez para los obsesivo-compulsivos. ¿Puede existir mayor delicuescencia, placer más suntuoso que ser un librero con agorafobia?

martes, 17 de marzo de 2009

La solidaridad de los sentidos

En clase de psicología, explicando las misteriosas interacciones de los sueños y la percepción humana, el profesor le pidió a una alumna ciega que nos brindara su propia experiencia sobre el mundo onírico. “¿Sueña usted con colores?”, le preguntó con desparpajo. Todos nos giramos para mirarla, pero cuando nos parecía que iba a responder con vacilación, se limitó a decir que si en sus sueños aparecían rosas, ella, que nunca las había visto, percibía algo similar a una estela fragante. No soy un jardinero fiel ni escrupuloso, pero a lo largo de mi vida he pensado algunas veces en esa chica: en las escasas ocasiones en que hundo mi nariz en una flor y, aspirando su perfume, cierro los ojos.

viernes, 13 de marzo de 2009

Enología

Spiro era un gañán de aspecto frágil y pelo rizoso que tenía estrella con las mujeres. Seducía especialmente a las maduras, a quienes, según sus propias palabras, mordía las ingles y hacía barritar de placer entre sábanas que había robado al ejército. No ejercía oficio alguno y se desayunaba con su dosis habitual de haschis, por lo que tenía ese aire lunático y mortuorio que hechiza a cierto tipo de adolescentes. No le gustaba que me burlase de su mundillo de camellos y de aquellos rituales absurdos para pillar costo en los sótanos de la calle Iberia. Tú qué sabrás, me fustigaba con voz pastosa y me miraba como un mandarín a su discípulo menos competente. En una cena con parejas burguesas, muchos años más tarde, me vino a la memoria, mientras el novio de mi mejor amiga, presumiendo de vinos, se jactaba de haber catado un caldo espléndido, una botella de añada y valor incalculable. Un Vega Sicilia nos dijo, que le habían regalado por ganar un juicio para una firma de postín. Los demás suspiraron con envidia, pero yo me acordé de Spiro, de la tarde en que nos contó que había robado una botella de vino en El Corte Inglés, cuya marca, Vega Sicilia, no conocía absolutamente nadie. Es que sois unos ignorantes, agregó y nos miró como un mandarín hastiado a una tropa de samurais sin espada. Cuando le pregunté a qué sabía, se encogió de hombros, y nos pidió papel de fumar para su enésimo canuto del día.

domingo, 8 de marzo de 2009

Malas compañías

Competían por ver quién arrojaba el semen más lejos. Organizaban batallas de terrones en la periferia y metían piedras afiladas en la hierba. A veces, veían caer a un rival con la frente ensangrentada y lo celebraban enloquecidos. Llevaban pantalones por la canilla, carecían de higiene, sus rostros estaban sin hacer. Llegaban tarde del recreo y formaban un mural expresionista al fondo de la clase. Rapiñaban cobre, cartones, hojalata, celosías de conventos. Arruinaron al único kiosko de la zona, después de meses de morosidad y pillaje. Eran coléricos; eran temibles. Por algún motivo que ignoro, durante un tiempo, formé parte de aquel clan.

martes, 3 de marzo de 2009

Solo

Entonces nadie se manifestaba contra ETA en el centro de Bilbao, pero aquel tipo estaba allí, solo, con un cartel en el pecho, rodeado de gente que profería amenazas, qué pasa con la tortura, le decían, traidor, le ladraban, sus puños revoloteaban sobre su cabeza, parecían cuervos, abejorros, insectos de aguijones voraces y malignos. Estaba solo, temblaba, juntaba unos pies diminutos, la verdad es que tenía un aspecto patético, no entiendo cómo soportaba la tensión, por qué no echó a correr, si no llegó a hacerse pis encima … pero, después de todos estos años, os lo aseguro, es la imagen más imborrable que conservo de la dignidad.