martes, 26 de julio de 2011

Nubes

No soporto el cielo sin nubes, aunque aborrezco la niebla. Sé que hay gente que acepta el sopor de la canícula a cambio de sentir el sol en sus huesos. Las nubes me conmueven y me hacen pensar que el mundo tiene sentido. Una vez, bajando una montaña, sufrí un terror ciego mientras descendía en medio de una tempestad (corría por la ladera cobarde, insensatamente, dejando atrás a los más débiles). Los truenos sonaban a nuestro alrededor como crótalos siniestros, llenándonos de angustia el corazón. Estoy dispuesto a pagar ese precio a pesar de cagarme en los pantalones. Un millón de veces antes un cielo entenebrecido que un lienzo desnudo. Cielos donde, al menos, aflore un diminuto cardenal. El cuello de la cazadora alzado mientras las nubes se desgajan como ramas viejas, como camisas que llevan demasiado tiempo al sol. A veces me las quedo mirando sin respirar: masas hinchadas que avanzan amenazantes, presagiando un día húmedo y ventoso. La ciencia las define con una caligrafía de flechas, de mapas isométricos, pero para mí son islas que viajan alrededor de la tierra. Nube oscura, nube añil, nube del alma, yo te bendigo cuando camino bajo los cielos. Sobre bosques sonoros o diligencias renqueantes, os imagino dejando pasar las horas. Sí, ya lo sé, vuelvo al pasado, a las ventanas de mi niñez, y mi madre diciéndome que tengo la cabeza en las nubes.

martes, 19 de julio de 2011

De regreso

En medio de la rotonda, en un atasco bestial, entre conductores que hablan por sus móviles con las manos crispadas al volante, acosado por los bocinazos y la peste a gasolina, justo a la izquierda, al lado de unas casas chatas y pobres, a veces hay una cuerda en la que veo tendidas mudas viejas, pantalones holgadísimos, chándals de colores eléctricos, bragas y pinzas, pinzas solitarias como orejas puntiagudas, y una loma que se recorta en un cielo que es un escupitajo de nácar. Nunca hay gente en ese lugar, pero cuando miro por el retrovisor, saliendo de la rotonda, me imagino a una niña rasgando como un pequeño huracán las sábanas de la tarde blanca.