miércoles, 28 de diciembre de 2011

Las avispas furiosas

Nadábamos en el río, untábamos nuestros pezones con miel, tomábamos el sol en la orilla. La luz se filtraba entre las hojas. Consagrábamos perezosos nuestra silueta en el jardín. Una joven desnuda zigzagueaba en la hierba. Miles de insectos resplandecían entre los juncos. La luna era un escombro de harina blanca. Te cegaba, nos cegaba, su suave resplandor. Las faldas de las tenistas se secaban en la red. Había vasos con limón azucarado, y también una bandeja de plata. Cuando deslizabas la lengua áspera, entre los muslos soleados, la piel sabía a humo. Espigas tiernas. Sobre el lodo, desfalleciente, la lluvia era un semen manso. Polvo resbaladizo en los graneros. Novillas de ubres turgentes. La lujuria de la botánica. Al atardecer, como pequeñas avionetas lacadas, las avispas descendían furiosas sobre nosotros.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Es verdad

Es verdad que hay esqueletos en los armarios, siameses y mujeres barbudas, pistoleros que atravesaban en el aire un dólar de plata, pozos en medio del desierto, ancianos que sobrevivieron a un mar de escombros, feos seductores, hombres que pintan con los pies, cartas que nadie se atrevió a echar al buzón, pájaros que vuelan durante semanas, desertores enamorados, ateos que lloran en catedrales, brújulas, lunes extraños y dulces, caravanas que rodaban por desfiladeros, huéspedes misteriosos, lanceros bengalíes, trajes de seda y tafetán, tifones y relámpagos, niños que rompieron la hucha a sabiendas de que serían azotados, ópalos y zarpas, anguilas y daguerrotipos, hombres que aseguran haber nacido en Albania, planetas sin un átomo de vida, líquenes y estuarios, sonatas de Bach, mujeres de una belleza embriagadora, mapas donde aún no existía América, libros que nunca leeré…todo eso, como si fuese el espejo de mi propia nostalgia, seguirá existiendo cuando no esté aquí.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Best-seller

Hubo una época en la que leía novelas de mil páginas, guerra y paz, la montaña mágica, los papeles póstumos del club pickwick. Como un explorador ávido bajo una lámpara de carburo, tumbado en un catre duro y angosto. Se supone que ahora debería afrontarlas con ese aplomo reflexivo que otorga la madurez, pero en su lugar busco lecturas fugaces, fragmentos irrepetibles, como un adolescente pajillero incapaz de controlar sus instintos más procaces. Lástima de no haber leído la biblia antes, la reina de las novelas-río. Tal vez lo peor sea saber que, si volvieses a leer aquella prosa abrasadora, mareante, inagotable de Henry Miller, no se te iba a poner igual de dura. Pálido y ojeroso en las noches turbias de tu juventud, caminando por el muelle con Moby Dick bajo el brazo. Qué le vamos a hacer, Miguelin, ahora ya solo escriben libros gordos los autores de best-sellers.

jueves, 1 de diciembre de 2011

No ha cesado

Fue reportero durante mucho tiempo y en su madurez sus fotos se requerían en publicaciones importantes. Elogiaban su carácter insólito y fresco, su capacidad de retratar el dolor de modo subversivo. A pesar de su fama, su soledad era para él un santuario. Un editor tenaz obtuvo su compromiso, no obstante, para una exposición. Se resistió hasta el último momento, pero finalmente se acercó a la ciudad. Le reservaron un espacio único, una sala estratégica y bien iluminada. Debía colocar sus fotos en una fecha y lo hizo la noche antes. Pidió que lo dejaran solo, sin ayudas, para utilizar su propio criterio. Quería elegir las más sublimes, las que agitasen el alma del público. Sin embargo, tenía que hacer un esfuerzo por volver a ellas, por recordarlas en su remoto origen. En realidad, nunca las había sacado en un catálogo. Eso le generaba, curiosamente, una poderosa inquietud. En sus fotos salían escenas anonadadoras, de un sufrimiento indescriptible. Y sin embargo, no había en sus encuadres ni un solo cadáver, ni una patera sucia o ensangrentada. Había otra cosa, una piedad terrible que procedía exclusivamente de sus ojos. Se pasó la noche mirándolas, cambiándolas de sitio, evocando los momentos en que había sido testigo de aquella crueldad. Lo encontraron por la mañana acurrucado, aferrado a sus fotos en un rincón. Parecía, el viejo fotógrafo, un proscrito. Las paredes de la sala, altas y limpias, seguían desnudas. Una joven le preguntó qué hacía allí. “El dolor no ha cesado – susurró -; todo esta mierda no acabará nunca”.