lunes, 25 de abril de 2011

El cementerio de los astronautas

Al caer la tarde, distingo con nitidez las viejas lunas que ruedan por el horizonte. Parecen, en su orfandad, pares sueltos de zapatos. Resulta curioso pensar que, precisamente, cuando alguien muere, suele quedarse con un solo pie calzado. Rotan con pereza y se rozan con sus luminosos anillos de helio. La noche en el espacio no puede ser más temible y opaca. Todos los cementerios lo dicen, pero éste lo hace con un suave y extraño júbilo: os espero entre mis lápidas blancas, bajo el polvo rojo que pisáis, en la usura sensual de la muerte.

Soy el último astronauta que queda en Marte. Cuando llegue la tormenta, como el lacre de una carta póstuma, el cementerio habrá desaparecido.

martes, 12 de abril de 2011

Enemigos

A veces me pregunto cómo he conseguido a lo largo de mi vida hacerme con tantos enemigos. Lo curioso del caso es que muchos de ellos, a pesar de lo que me dictaba mi conciencia (o precisamente por eso), me los he granjeado por obrar con rectitud. No me estoy refiriendo a enemigos más o menos banales, furtivos o gaseosos, rivales de alcoba o vecinos con cara de malas pulgas: hablo de indeseables que me llamaron a casa de madrugada, me enviaron bultos sospechosos al trabajo o me amenazaron con partirme las piernas. Gente que, en una ciudad tan pequeña, a veces me encuentro por la calle y, desde un iris del color de una sopa fría, me miran con una mirada vitrificada por el odio. Sí, admito que yo también he mirado así a otros seres humanos, especialmente cuando van en coche o sonríen con suficiencia en restaurantes pudientes. Incluso he pensado en hacer expediciones nocturnas empuñando un cuchillo con mango de carey. Pero siempre acabo pensando en esa frase que soltaba Clint Eastwood en Sin Perdón (“matar a un hombre es muy duro, le despojas de todo lo que es… y de todo lo que podría llegar a ser”) y acabo por retirarme a la cueva. No sé, puede que mi principal enemigo esté dentro de mí: ese tipo que intenta caminar por el mundo apretando entre los labios una brizna de honestidad. Qué gilipollez. Tal vez por eso me gusten las bebidas refrescantes con un fondo amargo… y los hielos que flotan en él con forma de bala.

viernes, 1 de abril de 2011

No es mal sitio éste

No es mal sitio éste. Me advirtieron de que el invierno sería cruel, de que lo podía pasar realmente mal. Me susurraron que suplicando en las calles podías quedarte carámbano. Es verdad que a veces me muerde el aire y que no siento los dedos de los pies; o que me crecen sabañones como larvas en la carne de las orejas. Pero más frío sufría en mi país, cuando aullaba aquel viento gélido y nocturno. Eso sin contar el tiempo que pasé en la colina, rodeado de soldados. Aquellos sí que fueron tiempos feroces. Tiempos de espadas y espinas. Así que ahora pido limosna recitando versos, tengo un repertorio amplio y, sin pecar de vanidoso, bastante digno. No siempre escucha uno a Gabriela Mistral en la calle, o los sonetos dulces de Rubén Darío. La gente cruza deprisa, suelta monedas y a veces, con asombro, se detienen: una madre joven, obreros sobre un pequeño bastón, personas que me miran con una extraña nostalgia.

En ocasiones, sin embargo, echo de menos mi hogar. Aunque no se lo crean, llegué a ser un buen carpintero. Construía ataúdes para niños y poetas. A veces, hacía inscripciones a mano. Pero, bueno, eso fue hace mucho tiempo, parece que hayan pasado siglos, clavos revestidos de musgo, cuando me colgaron de aquella jodida cruz.