No era un cura al uso. Llevaba pantalones de pana, jerséis raídos, impartía sus clases sin afeitar. Creo que fue de los pocos que nunca nos puso la mano encima. Prácticamente ignorábamos quién era, pero cuando la palmó Franco, nos bajó a la capilla y nos instó a rezar por algo que nos sonaba pecaminoso: la amnistía de los presos políticos. Su espalda ancha y encorvada se mecía delante de nosotros. Fue la única vez en mi vida que me arrodillé en un templo y también la primera que oí nombrar la palabra libertad. Cuando regresamos de vacaciones, en su clase de lengua, nos habló de Buster Keaton.
miércoles, 18 de febrero de 2009
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Hombre, me lo pones a huevo. No se pierdan el magnífico libro de relatos "La sonrisa de Buster Keaton".
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