Ocasionalmente, si la enemistad entre dos de nosotros se enquistaba, los mayores organizaban una pelea en el portal. Se creaba un círculo y nos ponían a los púgiles dentro. Era un zaguán húmedo, oscuro, que olía a pis de vieja. Roberto y yo fuimos cocinando nuestro odio, hasta que nos emplazaron a tomar los guantes. Lo digo en plan simbólico, porque nos enfrentamos con los nudillos desnudos. Aguantamos mucho rato en pie y nos dimos una buena tunda. Lo vi hace un par de años, detrás de la barra de un bar. Entristecido, sin pelo, con los párpados fofos y azules. He procurado conservar una pizca de aquel odio infantil. Porque a pesar de la grosera celebración de los mayores, aquel día, después de astillarnos las cejas, nos estrechamos con fuerza la mano.
viernes, 20 de febrero de 2009
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Así deberían ser todas la peleas, como las de los niños, sin odio.
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