P. me decía que tenía que conocer “la noche”, que un escritor de raza no podía escribir sobre la vida sin meterse de lleno en ella y que la noche era “la madre de todas las experiencias, incluyendo gozos y quejumbres”. Sumergido en mi tediosa vida familiar y doméstica, hacía tiempo que había dejado de brincar a horas intempestivas y beber ginebra de garrafón en antros sórdidos, así que decidí coger un cuaderno de campo y, en plan antropólogo, seguir los pasos de mi amigo. P. es un crápula seductor, acostumbrado a cebar sus colchones con carnes prietas y relucientes, con la piel curtida en peleas callejeras y el estómago en licores inverosímiles. No dejamos “ambiente” sin visitar y durante una noche larga machacamos los tímpanos con música grunge y nu metal, mientras a nuestro lado se deslizaban tribus de góticos, nenazas, emos, pijos y, por supuesto, borrachos. De madrugada, como dictan las buenas costumbres, acabamos en el garito de la estación, donde un tipo de mentón azul y ojos vidriosos lanzaba esputos sanguinolentos sobre un puré de serrín. P. sobaba el culo esférico de una dominicana y a esas horas, con la sensación de haber tragado un saco de monedas oxidadas, yo me decía a mí mismo que todo aquel tinglado nocturno no merecía ni una hora de sueño prestado y, mucho menos, una mísera coma. Sí, había sido testigo de algunas historias salvajes, pero ninguna tenía la fuerza del viaje de Teodoro, un babiano de metro cincuenta que, para menguar un par de centímetros y librarse de la mili, había recorrido a pie cien kilómetros el día antes de tallarse.
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recomendación: la noche, de Antonio Soler..
ResponderEliminarRaramente se saca de una experiencia así algo mas q un enorme dolor de cabeza. Salvo q se esté interesad@ en enormes culos esféricos. La cosa cambia mucho entonces.
ResponderEliminarDiscrepo padre. Reconoce que te estás ahciendo irrmediablemente mayor, Estoy segura de que insluso Teodoro se hecharía uans buenas juergas en el corpus de Lago, a ver si te crees que las ideas brillantes, como la de caminar a pie cien kilómetros para menguar se le ocurren a uno en estado de lucidez.
ResponderEliminarCoño, Miguel, pero dónde te llevo ese tal P? En el texto no lo relatas, pero me lo imagino como un cuarentón divorciado y barrigudo, putero y tristón, pegado a una barra con un cubata de dick helándole la mano. ASí no se puede. Así La Noche no te abre sus piernas. Si lo hace verás cómo bajo su vello púbico fluye un manantial: literatura!
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