A veces me pregunto qué fue de ellos. Eran duros y salvajes, estrellaban los dientes al sonreír, tenían una mirada de garduña. Corrían los convulsos años de la Transición. Se les veía en los desfiles con el puño enguantado, sollozando ante la tumba del Caudillo, saltando de jeeps con ardor castrense. Muchos tendrán sesenta años, conservarán, seguramente, una salud de hierro. A lo mejor pasean por el Retiro con sus nietas, se broncean en playas vírgenes, juegan al dominó entre fibrosas piezas de jabugo. Viven plácidamente como bueyes recios y saciados. Me pregunto dónde estarán. Algunos, en las emulsiones nostálgicas del NODO, sonreían como hienas pensando en su porvenir.
viernes, 30 de enero de 2009
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Siempre nos quedará Aznar.
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