Exhaustos después de una noche en la que habíamos robado los periódicos de la mañana y tomado la última copa en un bar diseñado con retretes, nos dejamos caer en los bancos de mármol helado de la estación de cercanías. Cuatro universitarios que exprimían las noches salvajes de su juventud. Alguien encendió un cigarro cuando, resonando en las escaleras, oímos los pasos de un tipo que avanzaba hacia nosotros con aire de macarra industrial, zapatones puntiagudos y cazadora de mercadillo. ¿Tenéis tabaco, tíos?, preguntó sin mirar a nadie y como el fumador le respondiese que era el último que le quedaba, escupió al suelo y nos observó malignamente. "Maricones", dijo con los pulgares en los bolsillos traseros y sin molestarse en comprobar nuestra reacción, caminó muy despacio hacia el final del andén. Ninguno de los cuatro dijo nada, ni en ese momento, ni durante el viaje de regreso. A veces pienso, en plan Eastwood, que me hubiese gustado arrojarle sin contemplaciones a las vías del tren. Era un jodido matón, un apestoso capullo con el cerebro de un guisante. Pero tenía más agallas que nosotros cuatro juntos.
martes, 27 de octubre de 2009
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Miguel, a la generación de los años 50 no nos dieron las suficientes proteínas para alcanzar la talla del admirado Eastwood. Ni el suficiente calcio para exhibir su espléndida sonrisa.
ResponderEliminarNecesitamos heroes para acabar con los villanos, si fuese hombre más de uno se habria llevado su merecido.
ResponderEliminarUn abrazo
Cris