Esos cabrones han vuelto a cambiar la hora de un día para otro y en medio de la niebla que está a punto de llegar, empezarás a ver lugares iluminados que antes te pasaban inadvertidos: pequeñas casas a las afueras de la ciudad donde cuelgan sábanas tristes, residencias de ancianos con las cortinas echadas, talleres donde un hombre vestido con un buzo hurga en las entrañas de un monstruo sin tripas. El río se convertirá en una emulsión de tinta y en las escuelas, entre paredones muy altos, los niños olvidarán el balón en un patio lleno de sombras. Camino de casa, la luz de los bares parecerá un candil tiznado de humo. Puedes imaginar el mar entonces, o peor aún, la tierra vista desde el espacio, envuelto todo en una oscuridad de templos desolados. Algún gurú del marketing ha puesto tras el cristal cien pastillas de turrón. Yo vi una vez correr delante de mi coche un osezno asustado por la ira de sus focos. Eso me gustaría ser ahora: un animal que huye de la luz y busca, ajeno al mundo, una madriguera para pasar el invierno soñando.
jueves, 5 de noviembre de 2009
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Y yo, q soy como un animalito y funciono con luz solar, a las ocho ya me iría a dormir...
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