viernes, 13 de marzo de 2009

Enología

Spiro era un gañán de aspecto frágil y pelo rizoso que tenía estrella con las mujeres. Seducía especialmente a las maduras, a quienes, según sus propias palabras, mordía las ingles y hacía barritar de placer entre sábanas que había robado al ejército. No ejercía oficio alguno y se desayunaba con su dosis habitual de haschis, por lo que tenía ese aire lunático y mortuorio que hechiza a cierto tipo de adolescentes. No le gustaba que me burlase de su mundillo de camellos y de aquellos rituales absurdos para pillar costo en los sótanos de la calle Iberia. Tú qué sabrás, me fustigaba con voz pastosa y me miraba como un mandarín a su discípulo menos competente. En una cena con parejas burguesas, muchos años más tarde, me vino a la memoria, mientras el novio de mi mejor amiga, presumiendo de vinos, se jactaba de haber catado un caldo espléndido, una botella de añada y valor incalculable. Un Vega Sicilia nos dijo, que le habían regalado por ganar un juicio para una firma de postín. Los demás suspiraron con envidia, pero yo me acordé de Spiro, de la tarde en que nos contó que había robado una botella de vino en El Corte Inglés, cuya marca, Vega Sicilia, no conocía absolutamente nadie. Es que sois unos ignorantes, agregó y nos miró como un mandarín hastiado a una tropa de samurais sin espada. Cuando le pregunté a qué sabía, se encogió de hombros, y nos pidió papel de fumar para su enésimo canuto del día.

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