miércoles, 21 de julio de 2010

Al fondo

La noche en que Pujol soltó el testarazo que hincó de rodillas a los alemanes y nos llevó a la final del mundial, al regresar horas después hacia el coche, mientras sorteaba a las manadas de jóvenes que salían de las fuentes y tocaban con furia sus trompetas de plástico, vi en una esquina de la calle, postrado en una silla de ruedas, a un anciano observando en silencio aquel espectáculo inolvidable. Junto a él, sentada en un banco de madera, había una negrita joven, que no parecía manifestar demasiado interés por lo que sucedía a su alrededor. El viejo miraba a la gente con una sonrisa en los labios, pero apenas esbozada, con la serenidad de un espectador que asistiese complacido a una velada familiar. También había un brillo un poco apagado en sus ojos y unas manos que, tendidas en la manta que cubría sus piernas, no sugerían ningún tipo de movimiento. Estaba allí, solo – la compañía de la muchacha se asemejaba más a la de una escolta neutral -, viendo pasar la marea de hinchas sin musitar nada, absorbido por una reflexión que, sin embargo, no parecía profunda ni dolorosa: era una mirada de melancolía en medio de un ambiente festivo, una presencia que se posaba en la ciudad sin pena ni gloria, completamente desapercibida. Habíamos rebasado con creces la medianoche y ese hombre estaba en la calle porque su soledad le permitía actuar libremente y porque seguramente a ninguna de las personas que deberían prestarle sus cuidados en ese momento, les importaba que estuviese allí. En medio del jolgorio errabundo de los jóvenes, su soledad parecía casi una apostasía, un detalle incongruente, una silueta fantástica en medio de la oscuridad. Un viejo en las postrimerías de la noche, sobre una silla de ruedas. Me pregunté cuánto tiempo llevaría allí y entonces pensé que en el pasado de aquel hombre tuvo que haber algo que lo hizo distinto, un temperamento que muchos años después, a pesar de la tierna desolación que transmitía, le había hecho bajar anónimamente a la calle.
La ciudad era un himno nocturno. Arranqué el motor y me fui entre un estruendo de cornetines.

7 comentarios:

  1. Siempre es bueno un toque de serenidad en medio de tanta histeria.

    ResponderEliminar
  2. Sara, qué es de tu vida... Estaba esperando algún comentario tuyo sobre mi novela...si es que te ha apetecido comprarla, claro. Saludos!

    ResponderEliminar
  3. Aun no la he comprado, Miguel. Dónde puedo hacerlo? Llevo una temporada algo a tope, con menos tiempo para estos menesteres blogueros. Si me haces el favor de facilitarme el dato, compraré, leeré y comentaré tu novela, q pa eso está el verano, pa leer. :)

    Un besico.

    ResponderEliminar
  4. Pues ahí te va: El viaje del idiota, Ediciones Baile del Sol. Miguel Paz Cabanas. La disribuidora en Aragón es ICARO,por si el librero preguntase. Hum, si al final tienes problemas, me comentas. Ya me contarás. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Lamentablemente esa fotografía que describes de soledad pasa cotidianamente en cualquier rincón del mundo.

    ResponderEliminar
  6. Hola:

    Me ha gustado mucho como fluyen tus pensamientos, como los llevas de una manera directa, entretenida y sin disfraces a tus escritos.

    Felicitaciones!

    Lilith

    ResponderEliminar
  7. Gracias por pasaros por aquí! Es un honor, y no es una frase hecha. Nos vemos.

    ResponderEliminar