Un día, en casa, me quejé por la escasez de la comida, o más bien porque yo, acostumbrado a dejar sobras, encontré mi plato poco sabroso. Mis padres se callaron, creo que miraron abochornados al suelo, se hizo un silencio plomizo. Mi padre llevaba una temporada al paro, él que no había dejado de encallecer sus manos desde su temprana juventud, que había segado con docenas de gallegos del alba al anochecer, que había pasado una mili interminable en África, dormido en vagones, trasladado vigas por andamios peligrosos y famélicos. Ahora de viejos, cuando vienen por aquí, les sigue gustando agasajarme y sentarme a su lado en la mesa. Yo llevo el vino, les digo, y con las cucharas en el mantel, por un momento, me parece que brillan sus rostros. No tengo más que decir. Seguramente, ellos nunca leerán este blog.
miércoles, 25 de marzo de 2009
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Me deja usted sin palabras.
ResponderEliminarEste blog está alcanzando una calidad excesiva. Modere su brillantez, señor Paz.
ResponderEliminarMe gustan tus textos, sí..
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