Competían por ver quién arrojaba el semen más lejos. Organizaban batallas de terrones en la periferia y metían piedras afiladas en la hierba. A veces, veían caer a un rival con la frente ensangrentada y lo celebraban enloquecidos. Llevaban pantalones por la canilla, carecían de higiene, sus rostros estaban sin hacer. Llegaban tarde del recreo y formaban un mural expresionista al fondo de la clase. Rapiñaban cobre, cartones, hojalata, celosías de conventos. Arruinaron al único kiosko de la zona, después de meses de morosidad y pillaje. Eran coléricos; eran temibles. Por algún motivo que ignoro, durante un tiempo, formé parte de aquel clan.
domingo, 8 de marzo de 2009
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Yes, we clan.
ResponderEliminarJoer, Cabanas...
ResponderEliminarY probablemente, por algún motivo que no ignoro, yo preferiría no haber leído nunca esta, tu historia.
ResponderEliminarPero si es el fiel retrato de mi tierna infancia!Qué tiempo tan feliz!
ResponderEliminarPues yo sí sé por qué: porq un niño necesita estar arropado y sentirse protegido, y desde siempre los más bestias parecen los más fuertes. No es así, pero de niño aún no lo sabes.
ResponderEliminarQué va. En realidad es porque ser un chungo es guay. Un niño no tiene sensación de peligro. La conciencia de finitud viene luego, en la adolescencia. Y Miguel es un Cabrón nato, un cabrón resentido.
ResponderEliminarPues a lo mejor es eso.
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