Descubrí que mi hija era sonámbula un viernes que se presentó a las tres de la madrugada en mi habitación, diciendo, con voz clara y firme, que la suya olía a quemado. Parecía totalmente despierta, me miraba como si estuviésemos lavando lechugas en la cocina y, eso sí, hablaba con una irritación suave y profunda. Me tiré de la cama, pensando en una ola de fuego, en una zarza de humo subiendo por las cortinas. Su habitación era el mismo caos de siempre, bolsos y peluches, pero sólo la impregnaba su aroma adolescente. Sin embargo, dada su insistencia – el olor sale del enchufe, decía – me puse a husmear por allí, arrodillado, infructuosa y perrunamente. Ella se volvió a dormir, dieron las cuatro, yo me desvelé por completo. Ahora pienso que lo fantástico del asunto no fue descubrir que Sara era una heroína de una película de Torneaur, o que en su cráneo parpadeaban sinapsis de colores, sino verme a mí pegado al enchufe, en calzoncillos, somnoliento, con el culo en pompa. Jodidos hijos. Fue una lástima que no me tiraran una foto.
viernes, 27 de marzo de 2009
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No sería, en realidad, una venganza de Sara? Mira q somos tremendas...
ResponderEliminarLo que más pena me da de todo, padre, es que no puedo recordar tu cuerpecillo de cuarentón husmeando el enshufe (de hecho estoy segura de que a mi subconsciente le alrgó la vida esa imagen). Por cierto, siempre pensé que mis visiones sonámbulas son premoniciones. Atentos a lso enchufes.
ResponderEliminarMe gusta tu forma de redactar, pero más aún la historia.
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