Digamos que, dentro del grupo, apenas teníamos relación, pero al principio compartíamos una simpatía ligera y mutua. Se consideraba un lector voraz, especialmente de escritores rusos y su aspecto era el de un chico frágil y tímido, identidad que subrayaban su palidez y su complexión delgada. No era, ciertamente, muy hablador. Tardé un tiempo en descubrir su ideología extremista, su odio visceral hacia España, que él veía, de un modo iluminado, como un país invasor, y sus opciones políticas, que pasaban por implantar en Euskadi - sin pamplinas democráticas – un régimen totalitario de cuño marxista. Su radicalidad era pueril y monstruosa, pero lo asombroso es que manifestase contradicciones estéticas, que le llevaban a elogiar la prosa de Milan Kundera y, al mismo tiempo, calificarlo de “autor fascista y vendido a Occidente”. Llegó un momento en el que yo le miraba como a un marciano (peligroso), pero a veces, en medio de sus esporádicos y alucinados discursos maoístas, le interrumpía con preguntas extemporáneas, del tipo, “Oye, K., si pudieses elegir, ¿a qué ciudad llevarías a una chica para decirle que la quieres?", y entonces él me escrutaba en silencio y se quedaba ensimismado, y si consideraba la cuestión digna de ser reflexionada podía pasarse horas dándole vueltas, hasta que en un momento dado la retomaba y me ofrecía una respuesta, la que fuese, casi siempre emotiva y tremendamente sincera. Nunca me hice una idea exacta de qué opinión, en el fondo, se había forjado sobre mí. Supe que había ingresado en la cárcel, años después, por haber colaborado con una banda terrorista.
lunes, 25 de mayo de 2009
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Es contradictorio q un tipo, aparentemente un poco raro pero majo, pueda ser un asesino. Hay muchos así. Demasiados.
ResponderEliminarPobre! Seguro que estaba muy falto de cariño.
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