Sé que hay cosas que, por mucho que presuma (tirarme en paracaídas, esquiar en los Alpes, bajar en canoa por un rápido…), difícilmente haré. Hubo cosas que, siendo adolescente, jamás pensé que haría: como coger en brazos a mi propia hija recién nacida, o llevar a hombros el ataúd de mi abuelo Cabanas, lentamente, desde la huerta de su casa hasta la vieja ermita del pueblo. Las primeras hablan de las promesas delirantes de la juventud, de los riesgos que te hacen sentirte física y eufóricamente vivo. Merece la pena pasar por alguna de ellas (aunque corras el riesgo de partirte la crisma). Las segundas son más comunes, modelan tu naturaleza, te hacen hombre o mujer. Son gremiales y milenarias, pero a la vez incontestablemente íntimas: ninguna cascada furiosa, ningún cielo hecho pedazos bajo el último rayo del sol puede comparárselas. Permanecen. Son como escribir un verso a navaja en la palma de tu mano.
domingo, 17 de mayo de 2009
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Esa última frase es una maravilla.
ResponderEliminarTu blog es muy interesante. Enhorabuena.
ResponderEliminarSiento arruinar lo emotivo del momento, pero el próximo post puedes hacerlo, si quieres, de la leyenda que cuenta que no te atrevías a cogerme y me dejaste llorando horas y horas en las cintas transportadoras de etiquetar a los niños
ResponderEliminartienes una prosa directa, concisa y extraordinariamente concreta. tan fácil como agradable de leer.
ResponderEliminarenhorabuena
velpister
Sólo puedo daros las gracias e intentar que estos textos no os decepcionen en el futuro. Respecto a la pequeña que con sus dardos venenosos suele dejarse caer por este blog, decirle que continúe dando caña, pero que no era una cinta transportadora, sino una mecedora donde la columpiaba en sus largas noches de llanto interminable.
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