Un desorden invasivo, repentino, hecho de virutas de papel y lencería. La Educación Sentimental y La Señora Dalloway abiertos a la vez sobre la mesa del salón. Llamadas. Cuentas de correo prefiguradas con otros nombres. Perfumes exóticos, pañuelos desconocidos, enormes zapatillas con narices y orejas perrunas. Llamadas. Episodios de sonambulismo que dejan a su paso teles y bombillas encendidas. Sutil y gradual desaparición de onzas de chocolate. Camas sin hacer a las dos de la tarde. Llamadas. Gruñidos e ironías a la hora de la cena. Un séquito de frascos, cintas, agendas, bolis y papelitos esparcidos por la casa. El ordenador ocupado hasta horas intempestivas. Más llamadas. La sensación de que un intruso gobierna tu espacio doméstico. Asombro después de tanto tiempo y, sobre todo, saber que echarás de menos estas cosas cuando se vuelva a marchar.
domingo, 14 de junio de 2009
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La verdad es que una casa sin esos fantasmas es una casa desencantada.
ResponderEliminarYo diría más bien "duendes". Fantasmas me parece un poco ofensivo.
ResponderEliminarEn mi ex-casa tuvimos, en el sótano, un fantasma pequeñito q jugaba con mi Jade (mi perra). Es poco creíble, ya lo sé, pero se lo podéis preguntar a mi hija. Te acostumbras, éste no molestaba nada.
ResponderEliminarEspero que esa que llamas fantasma, vuelva aunque sea de vez en cuando a ocupar tu espacio doméstico. Se nota que te gusta ese caos en que ha convertido la casa.
ResponderEliminarUn saludo.
P.D. Sara, me has dejado de piedra, y a la vez intrigada. Me tienes que contar eso con detalle :S
Recuérdamelo cuando quedemos al próximo café, Arama.
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