Los indios puestos en fila
en una habitación donde se secaba la ropa
los pantalones cortos y los cardenales
el pelo como el nido de un pájaro
mi madre blanca y su carne rosa
los pasillos eran interminables y las tapias
macizas como cálices
me acercaba al mundo con los ojos abiertos
las manos de mis padres
las calles quisquillosas
los zapatos en la punta redonda de una estufa
y el hombre del saco,
como los gatos de porcelana de la vecina bruja,
que me miraba en el espejo,
donde no estaban mis padres
donde están mis recuerdos
no dejéis a vuestros hijos
andar solos
por los pasillos largos,
por las casas ajenas
donde
duermen viejos enfermos moribundos jóvenes
gatos de porcelana
criadas con cofia y señores pálidos
que comen chocolate
y gritan ahítos en la oscuridad.
miércoles, 28 de marzo de 2012
viernes, 23 de marzo de 2012
Breve ensayo sobre el destino
No nos llevemos a engaño: lo único que nos diferencia de las bestias es nuestra capacidad para decidir, a pesar del horror, qué hacemos con nuestras vidas. Cuando son otros los que nos rellenan ese camino, poco nos queda de dignidad. Pensemos, pues, cuál es la auténtica médula de nuestra existencia y qué es lo que la hace inviolable. Si en un instante de lucidez conseguimos ver que la razón moral que guía al hombre es su propia libertad (como un compromiso que parte del respeto a los otros), entonces seremos verdaderamente humanos. Humanos en el sentido de seres que comparten sus sufrimientos y también sus esperanzas: el primer paso para negar a los brutos y los cínicos su ascendencia social, y el último para reconocer que estamos condenados al fracaso.
miércoles, 21 de marzo de 2012
Ida y vuelta
En los trenes de la mañana hay vagones que huelen a pis
hombres con papada que fuman en el andén
ancianos con un frío marchito en los ojos
chicas con una noche cárdena en los ojos
maquinistas con lamparones en el chaleco
un solo zapato tirado en las vías.
La tracción de los vagones es una chapa de humo.
Suelo quedarme pegado a la ventana
dentro de poco tendré sesenta años
pero aún no lo sé
y miro el mentón de las azoteas
la simetría de las grúas
el sol como una cuchara
las torretas de la luz
mi propio rostro
bajo el cielo
espiándome a hurtadillas.
Si llegase a tiempo de besarte
solo a tiempo
renunciaría a mi mañana
a los viajes en tren
a las lágrimas de mi madre
haciéndome el bocadillo
con sus manos en llagas
que ya no pueden consolarme
diciéndome adiós
la luz de la cocina
ebria de tristeza.
Desciendo en el apeadero
siempre vi palomas ciegas
y un mendigo sin cartones
asisto a clases de mecánica
se demora la tarde
cierran las aulas
los apuntes bajo el brazo
regresaré a los andenes
los viejos de ira marchita
las chicas sin sueño en los ojos
me acordaré de ti
sellaré un corazón
en el vaho de la ventana
antes del olor soez
el olor a humo
el olor a pis
en los vagones cárdenos
de los trenes sin mañana.
hombres con papada que fuman en el andén
ancianos con un frío marchito en los ojos
chicas con una noche cárdena en los ojos
maquinistas con lamparones en el chaleco
un solo zapato tirado en las vías.
La tracción de los vagones es una chapa de humo.
Suelo quedarme pegado a la ventana
dentro de poco tendré sesenta años
pero aún no lo sé
y miro el mentón de las azoteas
la simetría de las grúas
el sol como una cuchara
las torretas de la luz
mi propio rostro
bajo el cielo
espiándome a hurtadillas.
Si llegase a tiempo de besarte
solo a tiempo
renunciaría a mi mañana
a los viajes en tren
a las lágrimas de mi madre
haciéndome el bocadillo
con sus manos en llagas
que ya no pueden consolarme
diciéndome adiós
la luz de la cocina
ebria de tristeza.
Desciendo en el apeadero
siempre vi palomas ciegas
y un mendigo sin cartones
asisto a clases de mecánica
se demora la tarde
cierran las aulas
los apuntes bajo el brazo
regresaré a los andenes
los viejos de ira marchita
las chicas sin sueño en los ojos
me acordaré de ti
sellaré un corazón
en el vaho de la ventana
antes del olor soez
el olor a humo
el olor a pis
en los vagones cárdenos
de los trenes sin mañana.
lunes, 19 de marzo de 2012
Los portales
Entonces los portales eran siempre fríos y oscuros, como esas salas de espera donde te sacaban la sangre y cuando oía a mi padre llegar de noche, sus pasos cansados, me imaginaba que venía de ver cosas terribles. Las escaleras olían a lejía y en las puertas había aldabas con puños de bronce. El camión cisterna nos mojaba los zapatos y en las aceras había canchas donde jugábamos a las canicas, barro que se escondía entre las uñas, rodillas tan blancas como manzanas caídas de un árbol. Había olmos entre los portales, puestos allí por una fuerza misteriosa, dibujados por la mano que hacía del mundo un lugar extraño, con sus copas frágiles y tiernas, como si el rumor de sus hojas fuese un suspiro de carne, una sábana tendida al sol donde mezclábamos el pan y las sombras. Mis amigos corrían como solo se corre en el pasado, cuando todo está por ver y la muerte es una niña que corre a tu lado llena de pureza. En las ventanas no había pájaros, solo jaulas vacías y las maletas de cartón parecían tan viejas como nuestros padres. Yo oía regresar a mi padre de noche, solo y cansado, en la porfía de las cantinas, bajo una luz lúgubre y glacial. Lo oía llamar a la puerta e imaginaba que venía de ver cosas terribles.
jueves, 15 de marzo de 2012
Purasangre
Me hubiese gustado aprender a montar a caballo, ser el hombre que los doma, el cowboy que se arrima con el lazo sin que le tiemblen las piernas. Pero siempre me inspiraron miedo, sus cascos como pistones, los ojos desorbitados, el relincho súbito y escalofriante. En el fondo, puede que tuviese miedo a su libertad. Nunca pude acercarme a ellos y acariciar su grupa, o mojar su belfo con un terrón de azúcar. Me los imaginaba como tigres, sus corazones saliendo del mar, la gran caja torácica como una muralla de sangre. Porque todos los caballos con los que he soñado en mi vida eran rojos, rojos como la sangre, o negros con la espuma marrón de la fatiga, y en los días plomizos, en las pistas de barro machacado, los imaginaba ganando sin jinete el Derby de Kentucky.
jueves, 1 de marzo de 2012
Bares
Nunca fui hombre de bares. Y sin embargo me acuerdo de ellos, como evoca uno ciertas películas, viajes interminables de la niñez, algunas personas que te cruzaste en plazas inéditas y soleadas. Mi madre conoció a mi padre estando ella en la barra de un bar, pero fuera de la calma de los cafés del invierno, nunca fueron de tomar chiquitos. A lo mejor por eso se enamoró de él. Mi abuelo Cabanas sí que mojaba los labios y las suelas, pero siempre por cantinas un poco lúgubres, por colmados oscuros, en tiendas de ultramarinos donde despachaban frascas de vino agrio. Me acuerdo de los bares decorados con mesas de mármol y de los que tenían visillos de hule en las ventanas. He aprendido a estar de pie en ellos, solo, dejando que el tiempo se apelmace con un poso de tierra. Con la mirada un poco absorta, intentando pasar inadvertido, como los rufianes y los hombres con macuto. Pero no soy cliente de bares y cuando salgo, después de una visita efímera, pienso en los que quedan allí, sentados en la penumbra, como los órganos de un cuerpo viejo. Abandonados en la soledad olorosa y sagrada de los almacenes del corazón.
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