miércoles, 29 de abril de 2009

Costumbrismo

Fueron tiempos difíciles, como en las novelas de Dickens y, sin embargo, luminosos. Yo pasé de vivir como un hidalgo a juntar las pesetas que me sobraban del pan para comprar el periódico, al menos, una vez por semana. Residíamos en un distrito periférico, el Barrio Corea, cuyo nombre respondía tanto al biotipo vecinal (jóvenes desbordadas por una prole inmensa, antiguos extraperlistas, carboneros tísicos, yonkis…), como a su origen, que se remontaba precisamente a los años de la famosa guerra en el suroeste asiático. Por las tardes bajábamos con una silla de enea a la calle y charlábamos con otros padres jóvenes y gandules. Todos los bebés estaban perfumados con agua de lavanda, aunque nosotros procurábamos que a Sara no le colgaran los mocos. Nuestra calle – en una ciudad llana y lustrosa como una mesa de billar – era vieja y empinada, pero aún así conservábamos un orgulloso equilibrio: al atardecer, el sol se instalaba encima de la cuesta y dejaba en los bordillos, como un pastelero despistado, una fina capa de jalea roja. Entonces los niños se calmaban y durante un rato, tal vez sólo unos minutos, pensabas que merecía la pena estar allí.

4 comentarios:

  1. Las penurias a los veinte no tienen nada q ver con las de años después. A los veinte te estás comiendo el mundo (aunq sea a bocados amargos) y después te das cuenta de q no te ha sentado
    bien.

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  2. Y luego os hicisteis mayores y os mudasteis a un suburvio burgués. Te compraste camisas con banderas y lagartos, muchas cremas para las crestas de gallo y dromiste en paradores mientras, tu hija, aquella a la que seguro algún día colgaron los mocos, viaja en el vagón para los animales de los trenes. Pero ella está contenta y espera haber sido de los bocados no amargos que, aunque pasen los años, te siguen sentando bien.

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  3. Discrepo de Sara. No son aquellos bocados amargos los que nos sentaron mal. Son estos putos bocados dulces.

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  4. Juan, estos bocados de ahora son cada vez menos dulces.

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