domingo, 5 de abril de 2009

Pastillas

Definitivamente decidí dejar a mi psiquiatra, el doctor del crucifijo y la mirada penetrante, con ese aspecto colonial de hijo de brigadier que, lo reconozco, tanto me fascinaba. Así que recurrí de nuevo a la sanidad pública y, oh, sorpresa, allí estaba aquella doctora de ojos azules, qué le ocurre me preguntó con timbre fluvial, parecía una ninfa harta del sufrimiento, soy escritor le respondí, claro, claro, musitó con voz cansada y me recetó pastillas, un montón de pastillas para la zozobra y la angustia del escritor, pastillas ovaladas y duras, me podría hacer una tortilla con ellas al llegar a casa, pensé, mezclarlas con yemas del color del sol de la tarde y abrir una botella de vino, y sentarme a la mesa, saborear una tortilla de pastillas a las finas hierbas, como Pereira, y escuchar de fondo la guitarra de Billy Bragg, o a la mezzosoprano Susan Graham interpretando Á chloris: todo muy triste, muy melancólico, al borde del fin del mundo, Sr. Paz, pero no, no podía engullirlas todas, era cuestión de ser paciente, tenía que volver a ver, entre los limosneros y las viejas del ambulatorio, a la doctora de los ojos azules.

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