Al llegar al apeadero de Olaveaga, un grupo de encapuchados abordó el tren y nos obligó a bajar por la fuerza. Yo llegaba tarde a un examen y me puse a correr entre el balasto de las vías, mientras veía a mi espalda, como el humo negro de una parrilla, el efecto de los cócteles molotov. Los vagones ardían igual que grandes longanizas de cromo. Luego quedaba atravesar el Puente de Deusto, donde los grises y los obreros de los astilleros celebraban sus cotidianas batallas campales (aunque al mediodía pactaban un breve descanso para comer el bocadillo: lo juro). Es extraña esta crisis. La gente camina por las calles resignada, con un leve brillo mortuorio en los ojos. En aquellos años de paro salvaje, como diría malignamente el coronel Kilgore, de las rosas emanaba un olor a napalm.
sábado, 18 de abril de 2009
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Es q estamos en un tiempo de paro salvaje. No se bien a q huelen ahora las rosas, no tengo ganas de acercarme a olerlas.
ResponderEliminarMAL. Odio tu estúpida obsesión por la estúpida crisis. Aquí puedo decir muchas veces palabrotas verdad? porque yo te enseñé a poner enlaces. Já.
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