No presumo de ser un viajero experimentado, pero como turista he sido testigo de algunas escenas inolvidables: en Roma, en Lisboa, incluso en el suburbial y viejo Glasgow. Ninguna tan prodigiosa como la que tropezara visitando, por cuestiones laborales, una guardería pública. Acompañaba a un arquitecto, con la consigna de tomar referencias para equipar un nuevo centro cívico. La directora de la guardería era una mujer joven y parecía disfrutar con su trabajo. Nos enseñó todas sus dependencias y respondió pacientemente a nuestras preguntas. De repente, en mitad del comedor, nos asaltó a los dos una cuestión incómoda: dónde estaban los niños. La directora sonrió y nos aclaró que a esa hora, las cinco, echaban una pequeña siesta. Señaló un cuarto, detrás del cual se hallaban los supuestos durmientes. Si nos asomamos despacio no los despertaremos, añadió, a lo que nosotros nos negamos en rotundo, alarmados por la posibilidad de perturbarles el sueño. Pero el empeño de nuestra anfitriona doblegó nuestros escrúpulos y se dirigió resueltamente hacia allí. Fue como si la jungla se hubiese quedado envuelta en un denso silencio. Ella posó la mano sobre el picaporte y lo presionó delicadamente. Una penumbra misteriosa nos acarició la cara. Luego, muy despacio, la puerta se abrió.
lunes, 13 de abril de 2009
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Precioso post, me ha encantado.
ResponderEliminarGracias, querido Paz: Por su culpa no voy a pegar ojo esta noche. Una envidia tenaz e insana me va a mantener bien despierto! Pero qué cuento! Qué brillante!
ResponderEliminarPor norma, no me suelen gustar los relatos con niños. Pero estos estaban dormidos.
ResponderEliminarMuy bueno.
Quiero decir que fue totalmente cierto: fue tal como lo ciento y cuando abrieron aquella puerta me quedé totalmente deslumbrado. Gracias por sus notas y visitas.
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