Dice el escritor Tomás Sánchez Santiago que los leoneses son parcos y huidizos en el saludo, especialmente si el asunto concierne a viejos conocidos de botica o escalera. Esta mañana, Adela entra en la oficina con una sonrisa radiante – creo que sólo ella sonríe así -, diciéndome que el barrendero de nuestra zona le ha respondido con un cálido y rotundo buenos días. La otra compañera nos ha mirado con perplejidad y no he tenido tiempo de explicarle que se trata de una de esas anécdotas banales – o quizá no - que se van fraguando al calor de una complicidad inesperada. El protagonista es un tipo que mide seis pies y pesa ciento veinte kilos y que acostumbra a pasar el cepillo por la acera en el momento justo en que cruzas por allí, o sitúa el carrito estratégicamente para entorpecer la marcha del peatón, que tenga que pegarse a la pared o se vea obligado a hacer malabarismos. En síntesis, una mala bestia. Como encima te lo tropiezas de madrugada, cuando de los callejones de El Crucero sale un aire fétido y tenebroso, te parece que se trata de una versión fosforescente del mismo Golem. El tipo tiene una rala barba roja, al estilo de Barrabás, y aunque aparentemente no te mira directamente, notas sus ojos clavados en la nuca cuando rebasas su silueta paquidérmica. A ese señor, como digo, venía saludándole desde tiempo inmemorial Adela, a pesar de que yo le insistía en que era una cortesía estéril, tanto como intentar persuadir de que se limitase a pelar naranjas a Jack El Destripador. Pero esta mañana Adela ha entrado fulgurante en mi despacho y con una sonrisa melodiosa – sólo ella tiene una sonrisa así -, me ha dicho que Jack se ha detenido con aire solemne y ha respondido a su saludo matinal. No me ha quedado otra que incorporarme y darle la mano, en señal de admiración y sorpresa. Naturalmente – no olviden que soy un cabrón resentido – yo seguiré pasando a su vera sin musitar palabra, no se vaya a creer que se las ve con un tirillas. Incluso es posible que arroje al suelo algún papel cuando pase de largo. A lo mejor, en mi próxima vida, yo también soy un barrendero adusto y atrabiliario. Si fuera así, espero cruzarme con alguien como Adela todas las mañanas.
jueves, 21 de enero de 2010
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Lo de ser un cabrón no se lleva, se quedó desfasado a mediados de los cuarenta. De hecho estoy convencida, de que la gente risueña dominar(emos) el mundo.
ResponderEliminarY papá, tu no me saludas ni a mi si te cruzas por la calle, aunque bueno, lo de ser resentido nunca se pasa de moda. ¿No?
Gracias, por publicar una entrada en tu blog con mi nombre. La verdad es que el miércoles sentí esperanza en cuanto a la condición humana y que me he reafirmado en mis convicciones "hay que ser amables y educados", las personas son maravillosas y a veces (solo a veces) cuesta que salga lo bueno que tenemos dentro. Creo que la educación y el cariño que recibes tiene su fruto. Espero que las nuevas generaciones conozcan la Educación y reciban Cariño y si les toca la parte dura de la vida, recurran a sus conocimientos. Gracias por esta pequeña anécdota. Por favor sed educados y amables.
ResponderEliminarEso dice Tomás, eh? Qué tío, qué grande. Siempre que tengo la ocasión lo digo : Tomás Sánchez Santiago es uno de los mejores escritores de todos los tiempos.
ResponderEliminarBueno, creo que comparto los comentarios de mis tres lectores de hoy. Sin duda, y aunque hablen de ocsas distintas, todos tienen razón.
ResponderEliminarBien por Adela! Quien no se rinde, lo acaba consiguiendo. ;)
ResponderEliminarQue te salude un barrendero carece de mérito. Lo que de verdad sería insólito es que un camarero de Madrí (sic) repare en tu presencia antes de llevar media hora en el garito y te dirija la palabra.
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