lunes, 29 de marzo de 2010

El traje


Le supliqué a mi madre que me comprara un traje completo del Athletic, con las medias blanquirrojas y todo, porque se iba a celebrar como fiesta de fin de curso un partido contra otro colegio y hasta el último de nosotros era un manojo de nervios a la espera del Día D. La pretensión era que nadie dejara de participar aunque sólo fuera testimonialmente - había ordenado el profesor de gimnasia -, incluyendo los torpes y los gorditos, escala en la que yo ocupaba el primer grado, y quizá por eso, cuando decidí llevar puesto el traje desde casa, atrayendo las miradas sorprendidas y burlonas de los peatones, me sentía como un pequeño pero glorioso gladiador.
Había a lo largo del patio unas gradas de cemento y allí nos quedamos los suplentes cuando tocaron el silbato, éramos un triste cuarteto, mirándonos de refilón con mutua ansiedad, animando al equipo con cara de bobos y una convicción cargada de presagios. Acudió una masa notable de gente, algunos padres levantaban el dedo y me señalaban, porque mi traje era sin duda el más llamativo de todos los del campo, o al menos el más flamante, lo que hizo que me sintiese como un protagonista un poco ridículo.
Fueron pasando los minutos y a la media hora ya habían llamado a dos de mis compañeros, uno por cuestiones tácticas, según opinión de los expertos, y otro para sustituir a un lesionado que se retiró con una rodilla hecha puré. El partido era muy disputado, cada vez había más espectadores, varios profesores, entre ellos mi tutor, se dejaron caer por allí. Durante el descanso bajé a los vestuarios, pero había corrillos discutiendo acaloradamente, el capitán arengaba al equipo con rostro fiero, nadie pareció percatarse de mi presencia.
Como ya habrán adivinado los lectores más perspicaces, acabaron por citar al tercer suplente y según el tiempo agonizaba y transcurrían los minutos, era notorio y palpable que a mí no me iban a llamar. Supongo que nadie deseaba que un jugador sin recursos pusiera en peligro el resultado, aunque era evidente que no nos podían arrebatar la victoria, por lo que a cinco minutos del final el profesor de gimnasia reparó en mi aspecto desolado en medio de las gradas y le exigió al capitán que me sacara, algunos compañeros se fijaron por primera vez en mí, que baje, anda, oí que decía a regañadientes la figura del equipo, yo estaba rojo como la grana, da igual, contesté, creo que alguna profesora me miró compasivamente, eso fue lo más humillante de todo, las miradas de pena, me di la vuelta y salí por una puerta lateral, ánimo muchacho, musitó un padre, otra vez será, yo tenía las orejas encarnadas, me venían las lágrimas a los ojos y lo único que podía hacer era acelerar el paso y agachar la cabezota. Pero no podía pasar inadvertido, llevaba un traje flamante del Athletic, todo el mundo se giraba al verme pasar por la calle, con aquellas lágrimas como churretones de cera, amargas y silenciosas, desde el cielo se podían ver mis puños cerrados y el pompis regordete, una figura bastante patética, se había puesto frío e intentaba subirme las medias para que me dieran algo de calor.
Lo peor de todo es que no podía llegar a casa diciendo que no había jugado, así que me manché un poco la camiseta y fui corriendo hasta el portal, para que pareciese que había sudado y hecho un notable esfuerzo persiguiendo la pelota; cuando llegué le dije a mi madre que muy bien, que casi había metido un gol, luego me encerré en el cuarto y arrojé la ropa a una esquina.
Digan lo que digan, las humillaciones nunca te endurecen, sólo dejan un pequeño sarcófago de harapos y veladuras en el armario del corazón.
Siendo mayor jugué algún partido por casualidad, pero nunca me volví a poner aquel traje con el escudo y las rayas del Athletic, convertido a los ojos del jugador que nunca pisó el campo en una especie de mortaja.

2 comentarios:

  1. aprendiste una agonica leccion...que cabrones!!!! momentos tragame tierra yo tambien he tenido alguno que otro...en fin y la verdad es que ni me han endurecido ni me han espabilado la mayoria son recuerdos de mi niñez que se emborronan con el paso del tiempo y se convierten en risas inconscientes en mis vagos recuerdos entre cafes y miradas perdidas al pasado....

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  2. Bueno... y qué? Te ha ido muy bien sin jugar ese partido. Peor para ellos, q podrían ahora decir " yo jugué con Miguel Paz, incluso perdimos el partido por su culpa, qué jodío..."
    Se siente, se lo han perdido.

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