lunes, 1 de junio de 2009

El volumen que ocupan los sueños

Es casi una imagen tópica en la juventud: estábamos tumbados en la playa, a punto de ver amanecer, después de una larga noche de risas y copas. Todo es fascinante y dulce en esos momentos. Yo me perdí el espectáculo de los cielos ensangrentados y me quedé profundamente dormido. Cuando me desperté, los demás estaban en la orilla – me pareció que tremendamente lejos -, y chapoteaban en pelota picada. Me imaginaba la espuma salada lamiendo sus cuerpos y pensaba que allí rondaba la felicidad. Me levanté y me fui en dirección contraria. Tenía el vago recuerdo de haberme enamorado, unas horas antes, de una chica pecosa que vendía helados de yema y chocolate junto al mar. No encontré el puesto ni a la ninfa, pero al llegar al hotel, había un puñado de conchas y estrellas sobre las sábanas de la cama. Desde entonces, siempre imagino que los sueños son unos tipos rollizos que empiezan su actividad saliendo misteriosamente de las casetas de las heladerías.

1 comentario:

  1. Si te hubieras enamorado de verdad, no tendrías un vago recuerdo. Tendrías un gato furioso y a la vez ronroneante desbaratándote por dentro. Y no tendrías la menor duda de la procedencia de las conchas y las estrellas.

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